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El país que cabe en un dron (A Son of Man: la maldición del tesoro de Atahualpa)/ Juan Manuel Granja

Foto: https://cinepass.com.ec

El país que cabe en un dron (A Son of Man: la maldición del tesoro de Atahualpa)/ Juan Manuel Granja

Si hay algo que ha logrado A Son of Man: la maldición del tesoro de Atahualpaes causar desconcierto, no sin sonrisas de por medio. Este largometraje, promocionado como la primera “mega producción” cinematográfica del país, plantea una odisea intergeneracional por las junglas y los nevados del cansino exotismo ecuatoriano. Un costal de clichés sobre el Ecuador (aquellos del país-postal y su pasado legendario, promovidos desde un paternalismo acrítico, junto a la naturalizada auxiliaridad de unos indígenas siempre sospechosos a la vez que idealizados) son confirmados desde la mirada cenital del todopoderoso dron que, con escasa funcionalidad narrativa y puro despliegue de su mariposeo tecnofílico, se vuelve la verdadera estrella (flotante) de la película. 

También puede señalarse un coprotagonista ya indicado por el título de la cinta. No me refiero tanto el personaje cuanto a la voz de Pipe, aquel hijo que vive en Estados Unidos y que ha sido convocado por su padre desde Guayaquil para cumplir con el deber de deberes, el familiar: seguir en la búsqueda que habían emprendido los veneradísimos abuelos del tesoro de Atahualpa. La suya es una voz en off y en inglés que atraviesa el filme explicándolo todo, como si este no tratara de ser un filme donde predomina la imagen, o por eso mismo: esa ambición de erigirse como proyecto-poster-del-Ecuador lo apuesta todo por una visualidad exuberante, un deseado virtuosismo que entorpece la narración. 

Sin embargo, no hay mucho que esta película se arriesgue por contar, la supuesta metáfora que la envuelve y que se formula en un mensaje final simplón, como de mensaje de galleta china de la fortuna, y que se formula en la misma voz en off mientras la cámara teledirigida se desvive por conseguir un “wow” del público. De ahí que el uso de la locución en inglés, llevada a mayores consecuencias estéticas, podría haber aportado un extrañamiento interesante brindándole a la narración distancia discursiva o un juego de perspectivas que está ausente. Pero, como iba diciendo, no es un pájaro y no es un avión, sino en efecto un dron al que le toca cargar con la obesidad de esta película.

Si bien toda técnica escópica consta de un carácter autorreferencial y autopromocional, A Son of Manbien podría servir en unos pocos años como ejemplo paroxístico de la aparición de una nueva tecnología audiovisual. El estilo de este tipo de registro, que ha reemplazado el uso de grúas o helicópteros en momentos claves o significantes de una narración para volver ubicua la mirada aérea, envejecerá tal vez muy pronto como suele ocurrir cada vez que aparece una tecnología mediática y sus primeros operadores se desvelan por mostrar su novedad haciendo que su mediación se note a cada paso. (Algo parecido sucedió, por ejemplo, con el morphingen los videoclips de Michael Jackson, en que una cara o un cuerpo se transforman en otros y que hoy se ven casi prehistóricos o, más atrás, con las primeras mezclas estéreo empeñadas en mostrar qué tan estereofónicos y lateralizados pueden sonar los instrumentos en una grabación musical).  

¿Cuál es el meollo dramático de A Son of Man? El llamado a la aventura selvático-andina de un chico que lamenta la distancia paterna y que es, en la vida real, hijo de quien en el filme también es su padre, Luis Felipe Fernández-Salvador. El tesoro de Atahualpa, más que un MacGuffin, resulta un demasiado evidente alegato por la unión y la heredad familiar proyectado en la relación con el país y su territorio (relación bastante problemática pues el supuesto reconocimiento de la otredad indígena o ancestral se hace en términos de fetiche ahistórico como frente a seres incapaces de estar en la historia, es decir, en lo político o en la contemporaneidad). Ambos personajes-no-personajes, pues hacen de sí mismos, también llevan sus nombres de la vida real, aunque el padre, en su papel de codirector del filme junto a Pablo Agüero, se haya rebautizado como Jamaicanoproblem. Sin embargo, el problema no radica en el empleo de actores no profesionales, ni en el documentalismo dramatizado (“lo real debe ser ficcionalizado para luego ser pensado”, escribe Rancière) o en lo que podría parecer un juego de terapia familiar llevado a la pantalla, sino en un bloqueo romántico-mítico frente a la idea de la identidad y del territorio (sin olvidar que una aproximación mítica puede también ser crítica, como en el trabajo de Rafael Corkidi). 

Este impase, que quiere ser compensado por la tecnofilia fotográfica, es muy útil para la dronificación del país: una visión general sin matices, detalles o singularidad. Así, el aliento épico y el sentido de propiedad de lo nacional casi triunfalista del metraje, se enreda ¿involuntariamente? con un tono que resulta cómico desde los títulos iniciales cuando se despliega un mini manifiesto que autodefine a la película a punto de proyectarse como fundadora de un nuevo género, el “realismo fantástico”. 

No es solo este adanismo o el gesto aristocrático en el “despilfarro” de 15 millones de dólares para su realización por cuenta del coprotagonista y codirector Fernández-Salvador, lo que hace de A Son of Manuna película que desconcierta (y no es este el tipo de desconcierto que uno agradece o desea). Más allá de aciertos técnicos en el sonido, la animación o la cinematografía, es su tono de celebración acrítica y ahistórica el que no halla acuerdo con un ansia de lograr un producto experimental que a la vez pueda ser exitoso en los términos más convencionales del término. El patente ánimo de experimentación no halla su cauce, o se deriva en aspectos meramente cosméticos (como incluir un personaje femenino que no cumple ninguna función o señalar a los “reproductores”, en vez de productores, en los créditos finales). No importa si esto es ficción o no, que haga reír sin pretenderlo o no, para Jamaicanoproblem lo que importa es que el país quepa en un dron. 

Tal vez no sea casual que en el título de esta película haya un eco de la legendaria cinta que habría fundado el cine ecuatoriano, El tesoro de Atahualpa, estrenada en 1924. Como en el caso del filme del también guayaquileño Augusto San Miguel, cuyos rollos se extraviaron y cuya existencia solo la prueban hoy los anuncios de periódicos de la épocaaún es imposible saber dónde o en qué momento fue queA Son of Man: la maldición del tesoro de Atahualpase perdió.

Ficha Técnica

Fecha de estreno: 25 de octubre de 2019 (Estados Unidos)

Directores: Luis Felipe Fernández-Salvador y Campodónico, Pablo Agüero

Productor: Lily van Ghemen

Reparto

Luis Felipe Fernández-Salvador y Boloña

Luis Felipe Fernández-Salvador y Campodónico

Lily Aimée Juliette van Ghemen

Fernando Cunuhay Yanchapaxi

Andrés Fernández-Salvador y Zaldumbide

Byron Chacaguasay

Ramón Cobeña Álava

Wilson Edmundo Viteri Pozo

Manri Ovidio Rodríguez

Olmedo Toscano

Diva de divas / Genoveva Mora Toral

Diva de divas / Genoveva Mora Toral

Trucar o narrar (Tierra de Magos) / Juan Manuel Granja 

Trucar o narrar (Tierra de Magos) / Juan Manuel Granja