En torno a la cuarentena y la actividad académica / Ernesto Ortiz
Pensar la vida académica en el contexto del encierro, ha cambiado definitivamente mi percepción de lo que es enseñar e investigar. Digo definitivamente porque el escenario al que, eventualmente, volvamos no podrá ser el mismo, ni nosotros podremos ni deberemos enfrentarnos a este de la misma manera. No sé aún a qué nivel se producirá esa transformación, ni cuánto de esta afectaría de manera paradigmática nuestras actividades docentes e investigativas; pero sí me queda claro que revaloraremos nuestras herramientas, nuestras relaciones y nuestros escenarios de acción.
Las herramientas docentes, investigativas y creativas se prueban, en el encierro, en su gran mayoría obsoletas en este nuevo contexto: la relación cuerpo a cuerpo, persona a persona, subjetividad a subjetividad en un mismo espacio que caracteriza nuestra práctica se reduce a la separación física y la conexión virtual –en el mejor de los casos- evidenciando un nivel de comunicación y entendimiento que todavía no podemos medir con claridad.
Producir pensamiento sobre la acción física de los cuerpos en la escena (sala de clases, ensayos, teatro) en esta primera etapa, es meramente nostálgica, rememorativa: la acción no está ocurriendo. En el encierro y la separación, los cuerpos dejan de informarse y alimentarse entre sí; y la característica básica de la escena desaparece: el convivio. Por más esfuerzos que se hagan para producir una dinámica de clase en la que los conocimientos y experiencias del cuerpo en la danza y el teatro se validen, se prueben, se confirmen, el aislamiento ha producido un peso y una carga emocional tal sobre todos nosotros que sería absurdo creer que estamos construyendo de enseñanza-aprendizaje igual que en el pasado.
Ese peso del encierro y el aislamiento no es únicamente psicológico, emocional o espiritual, sino que se traduce en cambios corporales fisiológicos. Somatizamos el encierro y alimentamos el aislamiento cuando las dinámicas de pensamiento son solo negativas: fatalistas, derrotistas. En este contexto, muchas veces producir procesos didácticos es un reto inmenso. No hemos sido preparados para atender a un estudiante y/o intérprete somatizando este aislamiento, este encierro.
Sin embargo, también he podido entender que hay posibilidades de salir de esta crisis, o al menos empezar a intentarlo, si la configuración mental es la correcta: esto solo es posible si el cuerpo se mantiene activo y produciendo movimiento, es decir si el movimiento físico sucede, el movimiento mental es posible. Así que la disciplina auto construida se vuelve más indispensable que nunca. Moverse físicamente es la primera herramienta para no perderse en estos momentos.
Reestructurar los hábitos cotidianos de relación físico/intelectual deberá ser una obligación y una dinámica bastante propia a cada ser humano. Y el docente no se escapa a ello. Es decir, debemos estar primero en buen estado para poder soportar el embate de lo que una clase virtual puede producir.
Por otra parte, este momento ha evidenciado que la construcción del conocimiento es mucho más efectiva, cuando el alumno –en este escenario- se ve más obligado que nunca a investigar en sus propias capacidades de negociación subjetiva con la información que se le presenta / que se le ha entregado previamente. Y he comprobado que la constatación de los conocimientos se ha hecho muchísimo más palpable en cada uno de los estudiantes ahora que son absolutos responsables de su disciplina práctica.
Así pues, la figura del maestro que otorga el conocimiento vuelve a ponerse en duda, y surge la figura del guía que acompaña un proceso de apropiación de herramientas y conocimientos. Por otra parte, el acercamiento a la investigación de estas herramientas y saberes también supone una capacidad creativa en el estudiante, que en su aislamiento enfrenta de maneras varias la tarea. Esto es un hallazgo, para mí, de valor infinito. Y confirma que la manera en la que he planteado mi clase antes de la crisis, es la correcta: no a la reproducción de información, sí a la creación de escenarios de investigación en los que cada estudiante produce sus sentidos, amasa sus saberes.
Investigar en artes entonces se vuelve a revelar como aquello que se produce cuando la acción y el pensamiento entran en dinámicas francas de diálogo, provocando acercamientos no solo creativos e intelectuales, sino de consciencia somática corporal. En esa consciencia somática radica la posibilidad de reconsiderar el pensamiento mismo, como aquello que no se reduce a una entelequia en el sentido aristotélico del término, sino que probablemente se expande a una sensibilización del pensamiento y, sobre todo, de sus procesos de ordenamiento.
El encierro y el aislamiento son la posibilidad de reconexión con la capacidad humana de sentir, hacer y pensar en infinitos círculos de información y acción. En un uróboro que nos regresa a nosotros mismos. El reto radica en amplificar la percepción y el pensamiento para entender este nuevo momento y provocar procesos de vida e inteligencia que sobrepasen los actuales.