Hacer teatro en la calle | Fer Jr. Prieto (Especial para El Apuntador)
Acérquense señoras y señores, los juglares ambulantes,
los poetas de la calle, los cómicos del camino, invitamos:
para que en los instantes que vienen se dejen llevar por el mundo
de los sueños y las ilusiones; señoras y señores: ¡es el teatro!
Domitilo el rey de la rumba – Críspulo Torres
Todo artista escénico, debería pasar una temporada haciendo arte en la calle, porque ahí es donde resulta la expresión artística más viva y latente, exponencial, arriesgada y, sobre todo, donde se adquiere una experiencia que con los años resulta incalculable.
En el teatro callejero, existe un público que generalmente es ambulante, que no se detiene si aquello no le llama poderosamente la atención, el público en la calle no tiene filtro, si no le gusta la obra, se levanta y se va o se distrae sin importarle si lo están viendo.
Es en la calle donde nos enfrentamos a más adversidades: el ruido, los vendedores, el borrachito, los perros, el que grita sin razón, o la policía que ve en el arte callejero un acto conspirativo y suelen meterse para que se detenga el espectáculo.
Hay obras que se presentan dentro de un festival y con todo organizado, pero también están esas obras que llegan de repente, a tomarse el espacio y a representar allí una historia que espera atrapar a ese público que va de paso.
Los actores y las actrices aprenden a realizar un llamado que seduzca, juegan con tiempos y ritmos que atrapen, saben hacer cómplices a los espectadores, ahora, si la obra no es buena desde su dramaturgia, o visualmente no es atractiva, pues ahí comienzan los problemas serios.
En Colombia hay una basta historia de teatro en la calle, siendo durante años el Parque Nacional de Bogotá, ese templo a donde iban a parar cada fin de semana los mejores exponentes de nuestro teatro, cuantas buenas historias nos dieron y nos dan en la calle el Teatro Tecal, Teatro Taller de Colombia, el TEF, La Papaya Partía, Teatro Tierra, Ensamblaje Teatro, Chiminigagua, Luz de Luna, Vendimia, Gotas de Mercurio, Tercer Acto, DC Arte y solo por mencionar algunos. Cuando tuvimos la oportunidad de disfrutar del Festival Iberoamericano de teatro, logramos ver obras de gran formato que aún al día de hoy tienen mucha recordación, en mi caso particular no puedo olvidar La verdadera historia de Francia del Royal de Luxe en la tercera versión del festival año 1992, un espectáculo abismal que además estaba sonorizado en aquel entonces por Mano Negra.
En Ecuador, desde mi experiencia viajera, el teatro callejero también tiene su lugar, hace unos cuantos años atrás se organizaba un festival que presentaba varios grupos que, literalmente, andaban en la búsqueda de apropiarse del espacio público y, de los grupos o las obras que he logrado ver o conocer, como no mencionar al Michelena con sus buenas historias a cielo abierto y a Los perros callejeros. En Peatonización, ese bellísimo proyecto del municipio para las plazas del centro histórico, donde una programación de presentaciones artísticas se daba cada domingo, se logró afianzar a un público que se hacía presente cada fin de semana y muchos grupos ahí, presentaban sus obras para medirlas, probarlas o estrenarlas.
Ahora y en pleno momento de revolver recuerdos por los veinticinco años de La Petisa Babilonia, descubrí que el lugar donde más teatro de calle he hecho en mi etapa de director y dramaturgo viajero fue precisamente en Quito, en el año 2002 en plena Gira Macondo nos presentamos de improviso en la plaza Central con Domitilo el rey de la rumba escrita por Críspulo Torres, que haciendo paréntesis, se merece en otro momento columna escrita aparte. Un año después, con Gira Macondo II, presentamos y dentro del programa de peatonización: Jacobo, en el 2004 terminé siendo profesor de la Escuela de teatro de la Universidad Central y en el 2005 presentamos Candelaria Carnaval con los estudiantes de la escuela y un trabajo experimental que hicimos con otro de los grupos de estudiantes y, como parte de la materia que dictaba, en uno de los corredores de la Universidad y se sorprenderían de la cantidad de rostros hoy conocidos y conocidas que estuvieron en esos montajes, me llevaré mi paso por la Universidad Central como uno de los más bonitos del historial personal, gracias al Jorge Mateus que abrió la puerta para dictar una clase de teatro de calle en la Escuela.
Por esos tiempos, una parte de los Malayerba quiso montar una obra de calle y me pidieron asesoría en algunas cosas, la obra era muy bonita realmente, pero creo que al final terminó en la sala, montamos obra versión de Domitilo el rey de la rumba, muy bonita versión por cierto, y así continua el historial, haciendo experimentos y presentaciones, hasta que en el año 2007 en una coproducción con el Teatro Variedades montamos Salsipuedes el pueblo de los milagros pasajeros en la Plaza del Teatro, una propuesta de llevar todo lo que tiene el teatro de sala a la calle en una historia sonorizada con murga Argentina.
Y para no hacerlo tan largo, presentamos Fractales en la geometría humana del caos (que no es una obra de calle) en el 2009 en la plaza Foch, también y en otra gira desde Buenos Aires y con equipo argentino presentamos en la plaza de Santo Domingo La aventura amorosa de Panchita Naranjas en el año 2011, y cierro (porque hay más presentaciones y procesos) con otra versión que montamos en plena pandemia de La aventura amorosa de Panchita Naranjas con el grupo Uña de Gato, en un espacio abierto clandestino donde llegó el público con tapabocas y después de la obra disfrutó de un delicioso sancocho, con todo el protocolo de aquellos días.
Porque si algo tiene el teatro callejero, y de eso me recuerda esta última experiencia, es que es rompedor, innovador, provocador, si se hace bien sorprende, no es que el teatro de sala no lo haga, claro que sí, pero el teatro de sala tiene la fortuna de tener al público atrapado y cuenta con las condiciones técnicas y físicas para una presentación adecuada, y aclaro no es menor ni menos valedero, todo lo contrario, solo que el teatro de calle juega constantemente con la adversidad.
No olvidaré ya en Chile (me salto Perú, porque si no está columna queda demasiado larga), donde La Patogallina en una obra que si mal no recuerdo se llamaba Karrocería llegaba en una ambulancia sonando las sirenas, por entre el público y de su interior se bajaban un grupo de músicos rockeros dando inicio de esa forma a la pieza teatral.
En Santiago de Chile volví a ver al Royal de Luxe con La pequeña gigante y el rinoceronte escondido llevado por el Festival Teatro a Mil en 2007, una cosa impresionante que generaba un imaginario popular colectivo de la historia que se conversaba en todo lado, con puestas escénicas en varios lugares de la ciudad y recorridos acompañados de miles de espectadores.
Podría seguir hablando del rico historial latinoamericano que tuve que ver o vivir sobre el teatro callejero, hablar de las obras murgueras de Mendoza, Buenos Aires o Montevideo, pero lo dejo aquí por ahora.
Lo que sí, señores actores o actrices que no lo han vivido todavía, dense la oportunidad de experimentar el teatro a espacio abierto, créanme que no se van a arrepentir.
Fernando Jr Prieto: Director y dramaturgo de la Petisa Babilonia
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