JAIME BONELLI O LA FORMA DE MIRAR EL MUNDO | Santiago Ribadeneira Aguirre
El teatro esclarece la existencia del ser humano. ¿De qué manera? Jaime Bonelli, actor colombiano que reside en nuestro país desde hace cuarenta años, es persistente e insistente para señalar la soberana conveniencia de ubicar un lugar (o un punto de partida) desde donde se cuenta y se mira el mundo. Esa es la forma de explicación que la práctica teatral impulsa como permanencia irrenunciable.
La voluntad de preservar la memoria no solo tiene que ver con los recuerdos, que puede ser solo una manera de aprehender los vestigios, los rastros y las huellas. Bonelli siempre hace alusión a los caminos: los recorridos -que fueron muchos- y los que deben construirse con la invención permanente, casi como una necesidad de sobrevivencia, frente a las circunstancias que casi siempre están en contra de la profesión y del arte.
Son las sensaciones y los intercambios de afectos, los que se vuelven trascendentes para labrar nuevas aproximaciones, como la que ahora consagra Jaime Bonelli a sostener su proyecto con el Galpón de las Artes, ubicado en el Valle de los Chillos. La vida del artista siempre son intercambios y aproximaciones, y eso lo aprendió desde el primer día que se integró a la Escuela de Teatro del Teatro Experimental de Cali, TEC, en la década de los sesenta. Jaime Bonelli quiere ser honesto consigo mismo y con el teatro cuando habla de sus orígenes o de sus comienzos: “Yo vengo del TEC de Cali, creado por Enrique Buenaventura pionero del teatro en Colombia, al que paralelamente se unieron Santiago García, Jorge Alí Triana, y un montón de compas que se fueron adhiriendo al trabajo nuestro”.
Hay que hacer un alto porque las visiones y las vivencias se agolpan cuando hay tantas cosas que decir y el tiempo no alcanza para sintetizar en unas pocas palabras todo un pensamiento de cuarenta o cincuenta años de trabajo. Insiste en el rol del artista y en los recorridos en el teatro, la dramaturgia, la docencia y son ‘esas cosas del teatro’ las que no están todavía lo suficientemente fuertes. Por eso hay que comenzar siempre, “volver a hacer, a retomar los contactos con la gente, con ese parroquiano que viene al teatro, con los niños sobre todo”. Porque es con los niños que Bonelli tiene ahora una experiencia muy cercana y vuelve a hacer una promesa grande y definitiva: dedicarles todo su tiempo. “Y es con ellos que hay que empezar toda esa memoria afectiva del arte, para que los niños lo conozcan mejor, lo digieran mejor en la medida que van creciendo”.
Se siente ‘halagado y bendecido’ porque tiene un espacio propio para inventar y crear. Entonces hace una afirmación medular: hay que vivir de manera constante y permanente. Es un tiempo del acto y no de la repetición porque el artista tiene la obligación ineludible de dar forma a lo irrepetible. Esa instancia formal de la repetición es lo que Bonelli llama ‘vivir de nuevo’ para consolidar este espacio del Galpón de las Artes, después de haber llegado hace más de cuarenta años a este país.
Bonelli hace honor al sentido coloquial de sus evocaciones: “Se me fue dando en el camino”, dice. Se refiere al momento de la llegada a la Escuela del TEC. “Fue una época hermosa, imagínate, eran los años sesenta, donde había una revolución de todo y una ebullición; y eso nos tocó vivir con nuestro buen amigo Alejandro Buenaventura, (hermano de Enrique) pollitos los dos, con ellos extendí mi sábana artística a todo el espacio de nuestra América, me fui extendiendo por ahí, viendo y conociendo”. Ese ese el sentido del andar propio del artista a quien no le gusta lo furtivo, pero además es una manera de recoger el basto suficiente para el trabajo diario.
Se estaba formando recién la escuela de teatro en la facultad de bellas artes, aparte de Enrique que fue el fundador de la escuela, en el conservatorio de Bellas Artes, estaba el ballet, había también música, y allí llegó el ese momento que estaban ensayando y haciendo “casting” como se dice ahora. Y se metió a trabajar en n una obra infantil para la que estaban buscando chicos que cantaran: “yo, cantaba. Beatriz Parra me decía: ‘tú eres barítono, pero barítono bajo’, y que en el país son muy pocos los que tienen ese tono mío”. Bonelli ríe y su voz es la confirmación de ese tono.
Estamos ahora en el teatro de bolsillo que es parte del Centro Cultural en el Valle de los Chillos. Es un espacio acogedor con un escenario funcional, una platea móvil, con bancas de madera, una cabina de luces y sonido y en las paredes varios cuadros, y afiches de teatro. “Siempre me llamó la atención el teatro o la actuación, desde los siete u ocho años ya andaba metido en esto. Y esto es lo único que sé hacer. No sé hacer otra cosa, algo de oficina, yo sirvo para el arte, las tablas, el escenario…”
Comencemos diciendo que el teatro nos concede la posibilidad de sacar frutos de la experiencia. Eso quiere decir, de alguna manera, Jaime, retener siempre las cuestiones esenciales, no ceder jamás, continuar, es decir, inventar.
Claro, justamente lo que tú estás diciendo ahora, se vuelve a apersonar con el tiempo. Yo como artista, como un hombre que ha recorrido ciertos trechos en el teatro, la dramaturgia, etc., entonces creo que esa semblanza que tenemos nosotros… si quieres parar el tiempo, para el tiempo en Ecuador y en estas cosas de teatro para mí como que no han pasado, están ahí, están por hacer (se), se están creando, pero no están lo suficientemente fuertes, y todo ese proceso para inventar otra cosa más interesante. Entonces tenemos que volver a hacer, a retomar esa gente, ese parroquiano que viene al teatro, a los niños sobre todo. Con ellos tengo una experiencia muy linda, y quiero ahora sí consagrar toda esa experiencia en favor de los niños y es con ellos que hay que empezar toda esa memoria afectiva del arte, para que los niños lo conozcan menor, lo digieran mejor en la medida que van creciendo.
Pero el teatro nos concede un espacio, un lugar, casi esencial, cierto, a partir del cual uno adquiere un compromiso o muchos compromisos, que son irrenunciables. Tampoco cede a las presiones del sistema, a las contingencias y casi se ven obligados a estar inventando permanentemente, casi como una necesidad de sobrevivencia, frente a esas circunstancias, que siempre están en contra de esta profesión, de este arte…
Santiago, yo creo que el actor, el artista, siempre tiene que estar comprometido con algo, siempre decimos o tenemos el discurso de que el arte no sirve sino para calentarte. Entonces en esa pelea constante tenemos que estar la gente que realmente necesita otro espacio. Te digo mi querido Santiago de que en este momento, este espacio que tengo, esta salita, este teatro de bolsillo, ha sido un esfuerzo interesante. Esos ahorros que uno ha guardado por más de veinte años y los deposita en algo que tú puedas ofrecer después. Entonces, este galpón es eso. Yo me siento halagado y bendecido por tener un espacio propio, donde tú puedas hacer tus trabajos, inventar, crear, etc. Ese espacio lo conseguiste, coronaste como actor. Ese espacio, esa sala, ese núcleo donde tú quieres trabajar. Y justamente con el arte, con el teatro. Este proceso lo estoy viviendo de nuevo. Después de haber llegada hace más de cuarenta años a este país, veo todo y lo tengo que hacer, quizá desafortunadamente, solo.
Casi como estuvieras comenzando…
Pero están las fuerzas, el deseo y sobre todo la esencia de tu pensamiento respecto al arte y la cultura. Tienes que darte al arte en ese aspecto. En hora buena que tengo esto y lo quiere compartir con todos los compañeros, en fin, y que se vuelva una constante, una manifestación aquí en el valle (de los Chillos).
Yo vengo del TEC de Cali, creado por Enrique Buenaventura, pionero del teatro en Colombia, y que paralelamente se unieron Santiago García, Jorge Alí Triana, y un montón de compas que se fueron uniendo al trabajo nuestro. Esas vivencias que tú dices y que te hacen sentir en el trabajo, tocar un poco hacia adentro, hacia la honestidad de lo que es la parte de… Se me vienen tantas cosas a la mente, tengo tantas cosas que decir, Flaco, pero no nos da el tiempo para sintetizar en unas pocas palabras, todo un pensamiento de cuarenta o cincuenta años de trabajo.
Tú has recalcado siempre, te escuchado y has dicho (ha sido tu fuerza) que, “he hecho teatro toda mi vida”. Pero si pudieras crear un contexto, cuál sería ese contexto en que comenzó tu trabajo profesional como actor, ya que mencionaste al TEC.
Se me fue dando en el camino. Esa escuela de Enrique fue muy interesante para todos nosotros, los que sobrevivimos a ese proceso del TEC, entonces, pero que fue diferente para cada uno, que (después) tomó su rumbo. Estábamos preparados para enfrentar aquello, que fue una época hermosa, imagínate, eran los años sesenta, donde había una revolución de todo y una ebullición; y eso nos tocó con nuestro buen amigo Alejandro Buenaventura, (hermano de Enrique) pollitos los dos, con ellos Flaco, extendí mi sábana artística a todo el espacio de nuestra América, me fui extendiendo por ahí, viendo y conociendo.
Se estaba formando recién la escuela de teatro en la facultad de bellas artes, aparte de Enrique que fue el fundador de la escuela, en el conservatorio de Bellas Artes, estaba el ballet, había también música, y allí llegué en ese momento cuando estaban ensayando y haciendo “casting” como se dice ahora. Y me metí a trabajar, Flaco, a hacer ese ‘casting’, y se me dio en esa época para una obra infantil para la que estaban buscando chicos que cantaran, entonces yo cantaba.
En el TEC estuvimos desde el sesenta hasta el sesenta y seis. Con Enrique comenzamos… fue una cosa linda porque era un cuento de Tomás Carrasquilla, una mojiganga, yo tenía doce años, más o menos, y me acuerdo que una vez fui a la casa de Enrique a dejar algo, no me acuerdo qué era, entonces Enrique me hace pasar a su casa y veo a un “compa” con bigote, todo chévere, era el Gabito (García) Márquez, pues, que estaba con Enrique e iban a hacer la adaptación del cuento suyo al teatro. Pero están las fuerzas, está el deseo y sobre todo está la esencia de tu pensamiento respecto al arte y la cultura. Tienes que darte al arte en ese aspecto. En hora buena que tengo esto y lo quiere compartir con todos los compañeros, en fin, y que se vuelva una constante y una manifestación aquí en el valle (de los Chillos).
La pregunta final queda inconclusa: ¿Qué hay en el ánimo de este personaje, de cabello entre canoso, de ojos claros, de estatura mediana que está en el teatro, en el cine y la televisión, que soñó desde niño actuar y que hizo del teatro una especie de gesta trascendente? (2015)