Los niños íbamos a estar bien/Sharon Olazaval
Amo las películas de los 90s. Mejor dicho, amo las comedias románticas del Hollywood de los 90s. Son mi placer culposo porque como *cof cof* ilustre licenciada en cine y tv debería estar viendo films más intelectuales y artísticos que aporten a mi educación y a mi cultura cinematográfica y ensanchen mi banco de referencias; pero no lo puedo evitar, hay algo en sus relatos sencillos, en sus escenarios cotidianos y en sus personajes poco retocados que me hacen sentir reconfortada, como si me abrazaran y me dijeran que todo va a estar bien.
Así pues, este viernes a la noche para relajar una semana de trabajo particularmente intensa, me senté en el sofá con un plato caliente de espaguetis a ver lo que las plataformas de streaming me ofrecían. Y entre los varios títulos que aparecieron me re-encontré con Tienes un e-mail, película de 1998 con Meg Ryan y Tom Hanks, escrita y dirigida por Nora Ephron. Le di play y entré, sin saber ni planificar, en un espiral de películas protagonizadas por Meg durante todo el fin de semana. Y en oposición directa a mis expectativas, mientras más veía, más me daba cuenta que nada estaba bien.
Recuerdo que cuando era niña a las pelis de Meg las pasaban todo el tiempo por la tele, en especial los domingos por la tarde, y cada vez que las veía pensaba que algún día yo sería como ella. Y es que era la reina de la dulzura en pantalla, era la protagonista que representaba a la mujer sencilla, cotidiana, linda (no sexy), graciosa, de buen corazón y capaz de molestarse y reclamar cuando la situación lo requiriese; características que a mis ojos infantiles la convertían en todo lo que yo quería ser de grande. Como si la heroína de la comedia romántica reemplazara a la princesa Disney en la lista de aspiraciones que una tenía en el siglo pasado. ¿Y quién la reemplazó a ella? Pues las Spice Girls, y de ahí nunca volvimos a mirar atrás.
Además, no solo quería ser como Meg, sino que también quería tener la vida que ella tenía en la película del e-mail porque para mí ese mundo de adultx era perfecto: trabajo, independencia, amigxs y alguien a quien amar. Y si bien no tenía absolutamente nada de especial, bajo las luces de Hollywood y entre las calles de Nueva York todo ello se veía extraordinario.
Pero ahora que volví a ver todas esas fantasías treintañeras de ayer y los 90s me doy cuenta que nos fallaron (¿quiénes? No sé, alguien, algo, Dios, la sociedad, cualquier figura a la que le podamos echar la culpa de nuestra tragedia, a la que le podamos reclamar que no nos dio lo que nos fue prometido) porque esa no es la vida que tenemos lxs adultxs hoy en día: conseguir trabajo es cada vez más difícil, tener un auto también y ni hablar de comprar un inmueble.
Recuerdo el meme del perrito musculoso junto al perrito debilucho y la comparación de lo que nuestrxs abuelxs o padres hicieron con tan poco y lo que nosotrxs no hicimos con tanto, lo que lxs baby boomers lograron con trabajo duro y lo que lxs millennials no logramos con incienso y astrología. Por suerte está el otro meme de la caricatura del hombre rubio con barba que hace la misma comparación intergeneracional pero se pone de nuestro lado y expone lo duro que es ser grande en esta época.
Y es que todo era más sencillo en ese entonces, o eso parece: la tecnología avanzaba lento y le daba tiempo a unx de entenderla e incorporarla al día a día, no como hoy que aparecen nuevos dispositivos, aplicaciones y actualizaciones a cada rato que si no se saben usar le dejan a unx desplazadx del mundo. La gente se conocía en persona y bastaba con un poco de carisma y una buena conversación para comenzar una amistad o relación, en la actualidad si no estás en las apps de citas no estás en nada. ¡Hasta la ropa era más fácil! ¡Cómo extraño el estilo cómodo y despreocupado de los 90! Pantalones holgados, zapatos deportivos, camisetas sueltas y camisas enormes, ay, un sueño.
Y YO SÉ que en realidad la tenemos muchísimo más fácil que nuestrxs antepasados en un montón de aspectos (todo lo que nos ha dado la lucha feminista, por ejemplo), pero a veces me cae la desesperación porque la mayoría del tiempo no parece que avanzamos sino que retrocedemos (como todo lo que no se hace para enfrentar la crisis climática, por ejemplo). De todas formas, me he dejado quejar por la Sharon niña que me reclama su vida de Meg Ryan Malibú. Pero hasta ahí nomás, no me voy a quejar más, porque me doy cuenta que lloro problemas tontos de clase media y, haciendo honor a mi generación, no me voy a dejar ser poco sensible con lo que pasa fuera de mi.
Y también me doy cuenta que esos relatos que yo veía en la tele con ojos enormes pertenecían a otra realidad, fueron creados ya sea como un reflejo, una aspiración o una idea de lo que era ser adultx en Estados Unidos, no en Latinoamérica y mucho menos en Ecuador. En ese entonces por este lado del planeta habían crisis políticas, económicas, sociales, guerra, hiperinflación, pobreza; un panorama completamente distinto a lo que dominaba nuestras pantallas. Qué gracioso, al final seguíamos viendo cuentos de hadas.
Pero sí, es así como es, las películas tienen el poder de entrar a nuestras vidas no solo como historias para pasar una tarde lluviosa sino como verdaderos agentes capaces de modificar nuestros deseos y nuestra lectura del mundo.