JOSÉ ROSALES Y LOS MATERIALES DEL TEATRO[i] Santiago Ribadeneira Aguirre
No son muchos los seres que pueden estar cerca de los materiales del teatro y construir con ellos momentos de eternidad. Supongo que el arte del diseño del vestuario escénico, la iluminación y la escenografía, que ayudan a crear la maravillosa verdad en el teatro, es ante todo el arte de la composición de un tiempo. Es una actividad esencialmente lúdica acodada a una cierta noción de acontecimiento y experiencia. Es además un tejido (eso, literalmente es un tejido) de signos con el que nos envuelven a los espectadores para delinear la extensión de nuestras formas y los límites de nuestra realidad.
El vestuario de los actores, actrices y bailarin@s sostiene el ambiente de formas, imágenes y palabras, articuladas por una organización peculiar que ha dado en llamarse puesta en escena. El teatro, como representación, indica dónde nos situamos en el tiempo histórico, pero lo hace considerando siempre una especie de amplificación legible que le es consustancial. Clarifica nuestra situación como público. Antoine Vitez, sostenía que el teatro dilucida nuestra enredada existencia. Pero para que este esclarecimiento funcione, el espectáculo recurre al diseño de otros elementos orgánicos, complementarios y singulares sobre una polisemia que no podrá ser reabsorbida por ‘Dios ni ninguna lógica’. Estamos atravesados por una multiplicidad de perspectivas que compiten entre sí y a las cuales solo imponemos una estabilidad efímera en función de la mirada.
En ese nudo especial de la eternidad y de la singularidad encontramos a José Rosales, diseñador y escenógrafo teatral, ahora reconvertido en una figura imperecedera, que alienta y pregona una verdad o varias verdades recurrentes y que desde hace 50 años, dotado de una potente claridad, ha enriquecido al teatro ecuatoriano vistiendo a sujetos intemporales, unas veces como personajes y otras como cuerpos en el espacio de la danza y la coreografía.
El Pepe -o el Pepepe como se le decía con apego, por su tartamudez- es un chileno grande, de alma y cuerpo, incansable y generoso hasta la saciedad que un día ancló en Ecuador, impelido por las circunstancias políticas de su país y América Latina de los años 70. Y se quedó para siempre en este tiempo y en este espacio para descifrar y compartir nuevos afectos, que encontró en el diseño del vestuario sobre todo, la clave de sus deseos posibles. El Pepe es un filósofo, un pensador que bajo las condiciones de un franco activismo artístico de esos deseos, de esa voluntad, pudo instruir a los creadores con quienes ha estado trabajando, su propia y simple visión del teatro.
Víctor Villavicencio, chileno y diseñador de iluminación y escenógrafo, conoció a José Rosales en 1965 en la Escuela de Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile en Santiago. Villavicencio cursaba el segundo año de Diseño Teatral y Rosales se iniciaba en la carrera. Había llegado de Arica ciudad del extremo norte del país en la frontera con Perú. De la asistencia al aula y de las prácticas regulares dentro de la Escuela y del Teatro Experimental de la Universidad de Chile, rápidamente fueron especializándose en los distintos aspectos de la carrera, Rosales acentuando la escenografía y el vestuario y Villavicencio en la escenografía y la iluminación.
Y agrega Villavicencio: “Vivimos en forma paralela las prácticas profesionales con el Teatro Experimental, que devino en Instituto del Teatro de la Universidad de Chile (ITUCH) y luego en Departamento de Teatro de la Universidad de Chile (DETUCH). Trabajamos con los más destacados diseñadores de entonces: Bruna Contreras, Remberto Latorre, Sergio Zapata, Amaya Clunes, Oscar Navarro, Víctor Segura, Mario Tardito, Patricio del Campo, Héctor del Campo, Bernardo Trumper y el pintor Guillermo Nuñez. Estas prácticas que vivimos de manera intensa nos dieron la comprensión del mundo profesional y nos mantienen hasta hoy en la cruzada de hacer teatro, pero el mejor teatro del que seamos capaces”.
Rosales y Villavicencio se reencontraron en Quito en medio de la diáspora chilena de 1973. Pepe salió de Chile y paso una temporada en Perú para finalmente llegar a Quito el mes de mayo de 1976. Su trayectoria en el diseño implicaba que fuera el más indicado para responsabilizarse de la catedra de Vestuario de la Escuela de Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad Central; y se convirtió rápidamente en un referente trabajando con todos los grupos de teatro y de danza que han hecho vida en el Ecuador. “Compartimos esfuerzos y satisfacciones en la Compañía Nacional de Danza donde hicimos escenografías, iluminaciones y vestuarios para los estrenos de los años 76 y 77 con los coreógrafos: Marcelo Ordoñez, Rubén Guarderas, Isabel Bustos, Jaime Jori y Rodolfo Reyes”, comenta Villavicencio.
Y, sin embargo, además de lo concerniente al diseño, Rosales fue capaz también de probarse un personaje o varios porque después se transmuta en actor que se vuelve su manera de contribuir al esclarecimiento escénico, que cada ocasión que sube al escenario entiende que hay una nuevo oficio que debe cumplirse a raja tabla: guiar las verdades que el teatro es capaz de mostrar. Pluma y la tempestad (texto de Arístides Vargas, 1995) fue la primera obra en la actuó, gracias a la invitación que le hicieron Arístides y Charo Francés mientras discutían detalles de los diseños que le habían encargado. (“¿Quieres actuar, Pepe? Me dijo la Charo”) Y desde entonces ha estado en casi todos los montajes del grupo Malayerba desde hace 20 años, por ejemplo en la reposición de Jardín de Pulpos, El deseo más canalla, La muchacha de los libros usados, La bicicleta Lerux, La última cinta de Kraus de Beckett, La república análoga.
El diseño teatral y algo de su historia
Para poder entender el diseño teatral, hay que situarse antes en un momento histórico determinado, nos dice el diseñador José Rosales, cuando el ser humano descubre su inmensa capacidad de imitación y de sobresalto. Fue, en ese inicio, una idea profundamente perturbadora porque además los imitadores pudieron accionar un resorte cercano al juego de la representación, sin que pudieran entender todavía esa extraña facultad que le proporcionaría al futuro ‘comediante’ la construcción del ‘poder de la ilusión’. El nacimiento del teatro estuvo ligado al extravío, a las formas en que el ser humano fue entrelazando las analogías que cubrían de alguna manera las ausencias, incluso las ausencias de sí mismos, solo para tratar de encontrar algunas explicaciones de la realidad.
Por eso podemos suponer que los pueblos primitivos, al encontrar en los fenómenos de intercambio una primera explicación a sus cuestionamientos, también fueron capaces de ‘recubrir’ esas teatralizaciones espontáneas con recreaciones de aquellas indumentarias que les proporcionaban abrigo. No sabemos si el ‘ornamento’ y lo ‘utilitario’ convergen de una buena vez, o si tardan en encontrarse para imponer las diferenciaciones. Lo claro es que de una u otra manera, esos pueblos originarios le dieron vital importancia al vestido que les protegía del frío o del calor, pero que abría espacios vastos de comunicación y de desafíos ‘sociales’.
En el teatro, cuenta Rosales, el vestuario es más que una referencia circunstancial que solo pudiera ilustrar al personaje en sus características externas. Porque hay que ir hasta los interiores del texto, las relaciones que se plantean, las situaciones y las respectivas atmósferas. Solo después de este encuentro, los personajes nos proporcionan los fundamentos de su personalidad, sus vicisitudes, sus extravagancias, sus dudas, sus certezas, aun cuando ese acercamiento se lo haga desde de los aspectos psicológicos o desde la abstracción.
La conclusión es que el vestuario ‘es tan antiguo como la representación’ que los seres humanos ensayaron en las ceremonias y rituales. Y esa consigna mágica -en el pensamiento de Rosales- de una función que comienza a ser descubierta por sus contornos estéticos, es lo que le ha deslumbrado desde los 14 años al diseñador chileno. Y entonces cita que muchos de los trajes que usaron los sacerdotes en esos encuentros sagrados, también se utilizaron en el teatro. Y eso está plenamente registrado en la historia de la pintura que ha sido su fuente más recurrente.
Importancia del diseño del vestuario escénico
“¿También eres un historiador”? El Pepe intenta decirme que lo es a su manera, aunque consiente que en muchos casos la ‘precisión mimética’ no sea una condición definitiva. Porque lo que Pepe Rosales propone es un vestuario sin efectos que enturbien los significados; que no disputen con la actuación o la escenografía, que debía superarse siempre para que no sea solo una ‘señalización’ o un indicativo decorativo sin vida propia.
Es decir, para mencionar a Barthes: “todo lo que, en el vestuario, enturbie la claridad de esta relación, contradiga, oscurezca o falsee el gestus social del espectáculo, es malo; todo lo que en cambio, en las formas, los colores, las sustancias y su organización contribuya a la lectura de este gestus, todo esto es bueno” (Ensayos críticos Barthes, citado por P. Pavis/Diccionario del teatro)
El recorrido por el diseño y los testimonios
El pensamiento se vuelve inexorablemente visual y las imágenes marcan las relaciones con los espectadores, en términos de representación. Ver y saber confluyen, se intersecan y crean un espacio compartido para que el conocimiento se concrete a través de las imágenes. Es una definición de la que Rosales se vale para precisar lo que es el diseño del vestuario escénico.
Hay una pausa orgánica para la meditación y las debidas precisiones. Dice que el diseño es como un texto que se expande, donde hay personajes, situaciones, luz y sombra. Que ese momento es un punto de partida importante para el diseño final. “Ir adentrándome y reconociendo a los personajes a través del texto: es como si me dieran una familia y la tuviera que vestir. Cómo los veo y cómo los visualizo. Hay un estudio que se hace para la ubicación del personaje. En qué tiempo está inmerso entonces trato de verle como un familiar cercano, como un amigo. Visualizo y empiezo a hacer los bocetos. Voy creando al personaje con todas sus facetas, eso es importante, que es lo que me ha servido mucho para trabajar, para meterme en el diseño del traje. El traje es como una piel del actor/actriz, que usa a diario. Son esas circunstancias las que convierten al personaje en un ser vivo”.
Sara Constante, diseñadora de vestuario escénico y exalumna de Rosales, coincide con esta definición. Y además completa que “en base a eso se hace un primer boceto como propuesta. Se discute con el director. Cuando se han definido esas cuestiones y hay un acuerdo está la etapa de producción del vestuario: conseguir los materiales, la calidad de la tela, los encajes, los botones y trabajarlos. Hacer las texturas, envejecer la tela, tinturarle. Porque no siempre se encuentran los lienzos con esos matices. Hay una parte artesanal y manual. Ese momento es lindísimo. En eso el Pepe es un maestro al trabajar las telas. Se juega también con otras posibilidades, aparecen algunos hallazgos y a veces algún accidente puede provocar algo distinto. Se puede deshilar. Hay acabados que también se hacen después”.
Sara piensa que el diseño teatral en el país ha cambiado. “Y sin embargo ahora hay un factor determinante: los recursos. A veces se puede tener grandes ideas pero no todo se puede concretar. Creo que una de las cosas más hermosas e importantes del aporte del Pepe es justamente eso: que les hizo percibir a los teatreros y a las gentes de danza que era necesario hacer teatro y danza con una propuesta estética. Cuando llegué a la Compañía Nacional de danza, me maravillaban los vestuarios, la forma de manejar el color que crea la magia, porque el vestuario puede instaurar la magia. Soy de la idea de que el vestuario está ligado a la actuación”.
Bajo estas perspectivas está convencida de que el diseño es un complemento y a la vez un enriquecimiento para el espectáculo. El oficio ha cambiado-asegura la diseñadora- y ahora se puede hablar de diseñadores de vestuario escénico. Todavía hay poca gente dedicada a este oficio, pero se ha transformado ese campo de trabajo. Y a las instituciones les hace falta asumir otros procesos de formación. Desde que se cerró la carrera de diseño en la Escuela de Teatro, ahora se nota esa carencia”.
Los figurines, los bocetos, los recuerdos…
El diseñador y actor José Rosales, (des) ordena sus centenares de diseños en una gran mesa del comedor de su casa, los cataloga o los escoge a partir de una irrenunciable importancia afectiva y profesional, porque estos ‘figurines’ corresponden a aquellos momentos que coincidieron con ‘mis mejores propuestas’ y ‘mis mejores creaciones’. Los nombres de los montajes marcan esos tiempos pero sin un forzado encadenamiento temporal, pero que sí diseñan una historia del teatro ecuatoriano que se la puede explicar y construir, a través de esos dibujos transpersonales que han sido capaces de instalarse en una forma simbólica para entrar en la presencia (escénica) del personaje.
Habla de las telas, de sus texturas, de la caída que deben corresponder al conjunto de elementos, el descubrimiento de los colores y sus matices para que sean ‘accionados’ por la incidencia de la luz y la escenografía. Rosales se expresa como un moderno alquimista que imagina el vestuario y después lo concreta cuando usa todos los recursos posibles para lograr los pliegues exactos (“porque en el diseño hay ciencia, creatividad y exactitud. Extraño mucho los trabajos textiles”) hasta llegar a lo conceptual, lo orgánico, lo estructural y lo dramatúrgico.
La pregunta es pertinente: ¿existe, o puede darse, una historia del vestuario escénico ecuatoriano? Y el interrogante queda dando vueltas en la habitación, mientras Rosales continua con la tarea de sacar de esa carpeta negra, muchos dibujos de sus principales trabajos. Porque la respuesta, que tarda en concretarse, podría llevarnos por falsos y desesperados derroteros, semánticos y retóricos. El otro cuestionamiento perturba aún más la proposición: ¿Se puede descifrar una historia del teatro ecuatoriano desde el diseño del vestuario escénico?
José Rosales, con 50 años de ejercicio profesional, no está seguro de la forma en que se deba plantear el problema: ¿desde la historicidad o de la simple relación de hechos? De lo que sí está consciente es que el diseño de vestuario escénico es parte indiscutible de la historia del teatro ecuatoriano. Esas historias -las del teatro y del diseño de vestuario- deberían ser posibles -dice- porque hay seres humanos creando obras, constituyendo grupos, viajando por el país y el extranjero, transmitiendo a otros sus experiencias y cuestionando la realidad con sus textos y sus puestas en escena.
“Este dibujo es el diseño de uno de los personajes de Jardín de pulpos (obra del grupo Malayerba estrenada en 1992 y repuesta años después). Aquí se pueden reconocer las formas y los colores como un signo que señala la identidad de cada personaje y que expresa además su esencia” -dice el diseñador. Y yo hago la acotación de que también los griegos pensaron de la misma manera y nuestros indígenas que concedieron al vestuario una importancia visual y de relaciones sociales. “Son metáforas -señala Rosales, que indican las tonalidades, los movimientos de los personajes, el espacio, la iluminación porque el color también es un fenómeno social”. Para José Rosales la vida y la cotidianidad siempre tuvieron alguna ligazón con la teatralidad: mientras los demás podíamos ver solo la trivialidad enmarcada en los objetos de uso, él iba más allá de las formas recurrentes o de la inmediatez.
Para algunos de sus trabajos Pepe Rosales hacía varios dibujos (lo siguió haciendo) de los trajes, que entregaba a las costureras o a los sastres con los detalles terminados ‘para que no haya confusiones’; otros, al diseñador de iluminación y un tercero que le servía a él para su propio regocijo, porque ‘yo prefiero dejarles incompletos, con simples trazos en los cuales sea posible entender las capacidades de los tonos, la luminosidad, los matices y las texturas’. Elige no referirse exactamente al concepto ‘estética’ que puede ser algunas veces vago o impreciso, sino a los contrastes cromáticos, a las texturas logradas con mucha paciencia, que operan sobre las sensibilidades del actor, del director y de los espectadores.
Y a la alquimia, Rosales suma los descubrimientos, las exploraciones y los hallazgos, porque considera que uno de los grandes aportes a las innovaciones suyas, las encontró en el campo de los artesanos textiles ecuatorianos que le permitieron ‘salirse’ de la rigidez académica y conceptual. Los indígenas serranos sobre todo, desarrollaron un amplio conocimiento de la armonía y de los contrastes de colores, mucho más que los pintores. Y muestra los diseños para algunas de las obras del grupo de danza etno contemporánea Muyacán que dirige Paco Salvador y también para espectáculos de Kléver Viera, bailarín y coreógrafo.
¿Has creado una escuela? Le pregunto casi a quemarropa. Son momentos de silencio y de meditación. Hay que madurar una respuesta sin riesgos innecesarios y sin aspavientos. Están los paisajes de los hechos, los comienzos de su carrera en la Escuela de Diseño de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. O antes, cuando hizo teatro de aficionado en Arica, su tierra natal y los cuatro años en un seminario de la Orden de los Franciscanos, años que les considera tan teatrales como metafísicos. No cabe, en este momento, ninguna mezquina omisión cuando el teatro siempre fue un territorio previsto y lúcido para él, conquistado por este ser obstinado y abarcador que ha vivido para la creación escénica, sin proponerse otras alternativas. Y es además una evocación necesaria para animar el movimiento del ser.
-Creo que no he logrado crear una escuela, pero sí pude proponer un estilo.
O muchos estilos porque cada uno de sus colaboradores ha sabido darles a los trabajos su propia personalidad, aunque a veces puedan reconocerse ciertos rasgos suyos en los diseños de estos creadores. Es decir, hay un modo de entender el diseño del vestuario teatral como un recorrido, como una andadura, como una actitud para ‘pensar’ el teatro. Y, sin recelo ni prevención, tal vez convenga por imposición histórica, hacer referencia a un ‘antes’ y un ‘después’ del diseño del vestuario teatral ecuatoriano, que se delimita con la llegada de José Rosales al país en 1976.
-Pepe -le digo, ¿cuál fue el panorama teatral que encontraste cuando llegaste al Ecuador?
Seguramente en su memoria están primero los momentos de su salida de Chile. Por eso se refiere al golpe de estado de 1973, los años siguientes en Santiago sin trabajo, el regreso momentáneo a Arica, su ciudad natal y el paso por Lima.
-La primera impresión fue tremenda: se celebraba la parada militar por el 24 de mayo. Y me encuentro con tanques que desfilaban. Lo primero que hice fue algunos diseños para un montaje de Tartufo de Sergio Madrid, profesor de la Escuela de Teatro. Vi después un montaje de la Escuela: Recordando con Ira de Osborne. La siguiente obra fue Jorge Dandin de Moliere.
Menciona a Eduardo Almeida, director del Teatro Experimental Ecuatoriano y el estreno de la obra Volpone para inaugurar el Teatro Prometeo de la Casa de la cultura. El encuentro con el Teatro Ensayo, dirigido por Antonio Ordoñez y los primeros diseños para una obra que se llamó Muestra García Lorca. Después Tartufo, y la reposición de Santa Juana de América y Vida y Muerte Severina de Joao Carvalho de Melo Neto. En la Escuela de Teatro, ya como profesor: Fuenteovejuna, Ricardo Tercero, Ubú Rey. Con el Teatro Estudio de Quito, dirigido por Víctor Hugo Gallegos: Las Brujas de Salem y Macbeth; Jorge Mateus le pide diseños para su primer monólogo, dirigido por María Escudero, sobre el cantante Julio Jaramillo. Después un texto de Arístides Vargas y de Raúl Pérez, que se llamó La dama de rojo. Y en este recorrido vivencial están una obra de Francisco Febres Cordero sobre la vida de García Moreno; y El Santo de Fuego, dirigido por Atahualpa del Cioppo y texto de Mario Monteforte.
Sin el rigor de la cronología, José Rosales va de un diseño a otro, conforme las reminiscencias se encuentran con los bocetos que extrae de su memoria y de la carpeta: Robinson Crusoe y Doña Rosita del grupo Malayerba; Dos viejos mares y La Mala Noche de La Trinchera de Manta; La vida es sueño, Romeo y Julieta, El cepillo de dientes de Jorge Díaz, Edipo Rey, La Celestina, La Nona de Osvaldo Dragún con el colectivo Arteamérica de Guayaquil que dirigía Alejandro Pinto. Los diseños para Carlos Gallegos cuando fue alumno del Laboratorio Malayerba y de Macario cuando el actor se profesionaliza. Especialmente Sueños, la obra hecha por niños con síndrome de Dawn.
Y en un momento de respiro dice que hay que pensar más allá del teatro. Imaginarse elementos de cualquier tipo que sirvieran para la recreación porque el teatro parte de una fantasía y se puede hacer cualquier cosa. No es necesario ser gráfico o ser realista. El teatro transforma todo. E insiste con vehemencia: “el teatro es infinitamente imágenes, es ilusión. En el vestuario es igual porque se puede hacer un diseño con distintos elementos. Hasta llegar a una cuestión más completa. Trabajar los diferentes estilos, desde la comedia del arte, pasando por el renacimiento, el romanticismo, la modernidad, el absurdo, etc. El espacio debe enriquecerse constantemente, sin necesidad de cosas que fueran demasiado obvias. El teatro griego y los clásicos ya hicieron todo, de ahí parte el teatro que más tarde se puede llamar de otra manera. Ellos no tenían recursos técnicos, pero logran efectos espectaculares. Y lo principal es que la gente lea mucho: teatro, literatura y que vean cine, porque ahí están muchas fuentes para el diseñador. Sobre todo el teatro europeo. Y la historia de la pintura”, insiste.
José Rosales supo darles a sus diseños la desenvoltura del símbolo. Sus creaciones esparcidas ahora en la mesa lo corroboran, como una ambición muy cercana al quehacer teatral ecuatoriano. Al quehacer de cada uno. Al quehacer de cada grupo con los que trabajó y sigue trabajando. Experiencia subjetiva como táctil. Que nunca es vivida como algo concluido o acabado.
[i] José Rosales, chileno de nacimiento y ecuatoriano por adopción, escribió desde el diseño de vestuario, escenografía e iluminación, la historia del teatro ecuatoriano. Esa labor sin descanso, fue plenamente recogida en el libro Pepe Rosales De Hilo y Tiempo publicado por la Revista de Artes Escénica el Apuntador, edición de Genoveva Mora Toral, con el respaldo y auspicio de PRODUBANCO – Grupo Promerica 2015. De hilo y tiempo -dice la presentación del libro, “es una recopilación de sus diseños de vestuario y escenografía teatral. Un trabajo que por más de cuarenta años ha enriquecido al teatro ecuatoriano, vistiendo a una diversidad de personajes y confiriendo verosimilitud a cuerpos en el espacio de la danza” (Ricardo Cuesta Delgado. CEO – Presidente Ejecutivo PRODUBANCO – Grupo Promerica 2015 10 23).
Del libro mencionado hemos extraído una parte del artículo José Rosales y los materiales del teatro de Santiago Ribadeneira Aguirre como una manera de volver a acercamos al compañero y amigo.
Ahora Pepe Rosales ha regresado definitivamente a su país de origen. Vamos a extrañar su sabiduría y sus conocimientos. Gracias querido Pepe por el aporte al teatro ecuatoriano. Gracias otra vez por tu sensibilidad y generosidad.
Bibliografía
Entrevistas
José Rosales Pizarro, diseñador teatral y actor
Víctor Villavicencio, diseñador chileno residente en Caracas, Venezuela
Sara Constante, diseñadora de vestuario escénico, egresada de la Carrera de Diseño de la Escuela de Teatro de la Universidad Central
Antonio Ordóñez, actor y director del Teatro Ensayo, exprofesor de la Escuela de Teatro
Consultas
El vestido como inspiración: El carácter ambivalente de la indumentaria en la definición de a identidad. Bengoa Vázquez Varela Año 2011 C/ San Jaime 25 1º 28031 Madrid bengoav@gmail.com www.estudiocrudo.com
Historia del traje escénico: Grecia Helena S. Kriúkova
http://www.resad.es/acotaciones/acotaciones21/kriukova_traje.pdf
Diccionario del Teatro Dramaturgia, estética, semiología / El análisis de los espectáculos Patrice Pavis