LA ACTUALIDAD DE LA SEÑORITA JULIA/ Santiago Rivadeneira Aguirre
Hay la creencia -plenamente aceptada- que Hamlet consiguió decir que el teatro es una ‘crónica abreviada de la época’. Hay también una aproximación -efímera y permanente- a la realidad desde una intemporalidad independiente del curso del tiempo, muy ligada a lo indecible. Y en el marco de esa narración simplificada, se abarca lo estricto, lo sencillo, lo individual que ‘despeja todo rasgo excesivamente particular’ de los hechos y acontecimientos. Que expone la inmortalidad de los personajes, de sus situaciones complejas donde están visibles el odio y el amor, lo intangible y lo trivial cuando esa insignificancia ficticia es la datapara eludir la cronología y construir un presente para la pesquisa o la indagación.
Casa Toledo acaba de estrenar la crónica escénica de August Strindberg La señorita Julia con la dirección de Charlie Calvache y las actuaciones de Valentina Pacheco y Manolo Morales como Julia y Juan, respectivamente. Diseño de escenografía y vestuario de José Rosales.
Y con este estreno, Casa Toledo se propone una especie de ‘inventario existencial’ en la medida que replantea sus ‘objetivos artísticos’ para precisar sus alcances institucionales.
Si pudiéramos entender esos nuevos frentes y los cometidos, hay que acogerse al inventario como un punto de giro que abanica la programación de la sala (y que ojalá se mantenga) no solo para darle un respiro, más bien para propiciar que otras propuestas nos acerquen a los ‘lugares sensibles del teatro’ y desechar lo puramente sustractivo.
Lo primordial que llama la atención en la Señorita Julia, es aquello que Adolfo Appia reclamó en su momento para el teatro y que pudo convertir, al menos para su postura, en una norma suprema: mantener el escenario libre de lo que perjudique ‘la actualidad del actor’. Y hay que acentuar esta disposición: la actualidad del actor/actriz, que supone al menos dos cosas: ¿qué necesita el actor/actriz para estar en el teatro? Y, qué ocurre (o puede ocurrir) con la producción de una visión escénica, en relación con esos cuerpos humanos que -como requirió Appia- no necesitan recuperar su preocupación por el reflejo de la realidad, ‘cuando son ellos mismos su propia realidad’.
Julia y el criado Juan son, de alguna manera, dentro de esta línea de reflexión, los ‘componentes’ esenciales que anteceden a esa visión escénica. Y que llevó a Craig a establecer la necesidad de los altibajos emocionalespara espiritualizar y desvanecer al mismo tiempo, el (falso) realismo escénico. ¿Estaba evocando la sencillez?
La señorita Julia de Charlie Calvache, Valentina Pacheco y Manolo Morales (y la sugestiva ‘escenografía’ de Rosales) es extrañamente sencilla cuando establece como componentes esenciales de su propuesta, un telón de fondo con marcadas tesituras y extraordinarios ‘drapeados’, para que la luz actúe y provoque una cierta trascendencia metafísica, con figuras difuminadas que aparecen y desaparecen, cada vez que las situaciones escénicas se intensifican.
Podríamos hablar, además, de la sencillez de las combinaciones y la prescindencia de los objetos y sea definitivamente el espectador quien los vislumbre. Solo una silla que instaura el juego de las distancias y aproximaciones de los personajes, sobre todo para impedir cualquier riesgo de un egotismo. Las disputas existenciales/emocionales de Julia y Juan, su sirviente, crean el enunciado de un conflicto entre la vida inerme y sin sentido de Julia y los ilusorios presentimientos de Juan, que se materializan en ese espacio vacío y extático.
En La señorita Julia el elemento dramático está en la humillacióny deseo. Donde operan la conciencia como pena y también la falta de conciencia como pérdida. ¿Se impone una especie de ‘lógica erótica?
¿Para quebrar las reglamentaciones convencionales? ¿Un conjunto de síntomas que caracterizan la ‘lógica sexual exacerbada? ¿La desigualdad social que bien puede sublimarse por el deseo mutuo? En el marco de esa crónicasobre la visión histórica de las desigualdades sociales, hay un trasfondo de ideología política y de fatalidades trágicas.
¿Se puede, a la vez, denunciar un desorden político y social y creer en la capacidad de una ‘crónica’ (escénica) para llegar a la potencia matizada de la frustración y de la humillación como placer estético?
Mientras Julia sueña con una naturaleza anónima para lograr y satisfacer alguna forma de deseo, el criado Juan perfecciona ese deseo y lo vuelve voluptuosidad y escarnio. El impulso del deseo como pulsión y la vergüenza como síntoma. El deseo de esa manera concebido se vuelve ineludible y eso es lo que uno puede extrañar en este espectáculo.
La realidad de una burguesía naciente y el filisteismode una clase en decadencia, están expuestos como elementos de contraste que delimitan las intenciones del texto de August Strindberg y la puesta en escena de Calvache, para convertir la necesidad de un escenario vacío en un principio artístico alentador, donde ya no están las demandas escenográficas originales de una “amplia cocina con techo de vigas decoradas y las paredes laterales ocultas entre telas”. Tampoco las alacenas adornadas con papel de cocina, las baterías de estaño, hierro y cobre…y la gran puerta de vidrio “en arco, por donde se divisa una fuente, con surtidor y un amorcillo, entre el ramaje de saúcos en flor y algunos chopos…”
Ficha técnica
Dirección: Charlis Calvache
Julia :Valentina Pacheco
Juan: Manolo Morales
Diseño de escenografía y vestuario: José Rosales.
Fotografias: Silvia Echevarría El Apuntador