Los sortilegios de la pendiente: reseña de Colina Abajo / Mario Maquilón

Hacer de la interrupción un camino nuevo, hacer de la caída, un paso de danza, del miedo, una escalera, del sueño, un puente, de la búsqueda…un encuentro.

Fernando Sabino

Todo cuerpo alberga la contingencia del derrumbe: hacia sus propias entrañas y desplomándose en la superficie que lo sostiene. La caída fue, precisamente, la propuesta de la obra Colina Abajo presentada el 17 de junio en el Teatro Centro de Arte, como parte de la cartelera del Festival Internacional de Danza Fragmentos de Junio, organizado por Zona Escena. La pieza, dirigida por Jorge Alcolea, fue interpretada por 14 bailarines miembros del elenco de la Compañía Nacional de Danza.

Colina Abajo . Compañia Nacional de Danza. Foto Archivo el apuntador

Una colectividad entregada a la precipitación de su propia masa. A lo largo de la hora de función, los esquemas coreográficos de Colina Abajo se configuran en torno a la verticalidad como vía principal de desplazamiento. De esta manera, esta obra se constituye también como un estudio de los instrumentos del descenso. El cuerpo asume la diligencia de la caída en toda su multiplicidad: desde la escalada preliminar hasta la repetición sistemática del rebote, pasando por la violencia del arrojo.

Varias escaleras formaron parte de las instancias iniciales de la presentación, avisando la disposición imperante que se avecinaba. Brazos y piernas, torsos y cabezas quedaron enredados entre los escalones, poniendo de manifiesto la relación insoslayable entre un objeto y la gravedad que moldea sus contornos. La longitud erguida, en tanto altura, pasa convertirse en una región de deslaves.

Justamente, un elemento de la puesta en escena de Colina Abajo es la transfiguración del espacio para generar pendientes y áreas para el deslizamiento. Uno de los principales recursos para lograr este fin fue el empleo de varias colchonetas, que en un momento son lechos para recibir los cuerpos descendentes, mientras que en otro se agrupan sucesivamente para edificar un muro sobre cuyos bordes caminar, apilándose luego en disposición de montaña escalonada.

Así, Alcolea presenta un escenario movible y orgánico, que participa como un personaje más de la pieza: las tablas teatrales como un alud.

Así también, el cuerpo en sí mismo se manifiesta como territorio para el desprendimiento. Lxs bailarines fungen a lo largo de la presentación como punto de apoyo y de lanzamiento para varixs de sus compañerxs, elevándoles, lanzándoles y recibiéndoles, como la tierra misma con su repertorio topográfico. Es más, los miembros del elenco son también quienes toman las colchonetas y las reorganizan para alterar las configuraciones angulares del escenario. Así, transmutan en heraldos de las fuerzas gravitacionales de las tectónicas que rearman perennemente la superficie, generando con ellos los empinados picos de los cuales lanzarse. La caída comienza mucho antes de la precipitación: inicia como el arrebato subterráneo.

Naturalmente, el hundimiento implica el abandono de los puntos de apoyo y la entrega al vacío. Conlleva también el romance con el impacto. Cuerpos que caen sobre otros cuerpos, así como las subjetividades se estrellan una contra otra en las esferas de la cotidianidad.

Eventualmente, en la repetición de estos movimientos emerge una familiaridad con el descendimiento y la materia encuentra su propia técnica hacia la sima, camino en el que también es posible hallar determinación. Colina abajo plantea así una juego vertiginoso de los ejes cartesianos que rigen la corporalidad: el suelo como destino en vez de punto de partida, y a la suspensión como paradoja.