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Manual para encontrar objetos perdidos / María Dolores Ortiz

María Dolores Ortiz . Foto Cortesía

Manual para encontrar objetos perdidos / María Dolores Ortiz

La obra es para cinco espectadores. Cuando se mostró en Casa Mitómana se usó un rincón estrecho del escenario, donde en lugar de butacas se ubicaron sillas y mesas esquineras que pertenecieron a las salas de varios abuelos y abuelas. 

En el centro del espacio hay una mesa circular iluminada por una lámpara que cuelga sobre ella. En las mesitas laterales vemos fotografías recortadas y otros objetos familiares que se emplean durante la obra. Durante la primera escena el público se encuentra a un par de metros, luego la actriz se sienta a la mesa e invita a los espectadores a acercarse, desde ese momento la obra se desarrolla con todos sentados alrededor de la mesa.

La narración es acompañada por pequeños objetos que la actriz extrae de un monedero: un reloj de pulsera, un rosario diminuto, retratos enlazados y un libro: el manual para encontrar objetos perdidos. De sus páginas emergen, siempre de distinta manera, los retratos de los protagonistas de las historias que se cuentan. El libro se transforma y despliega a medida que avanza la obra. 

 (El monedero está en el suelo. Entro y se mueve. Me detengo. El monedero se eleva y cae. Me acerco y él huye. Con un movimiento rápido lo atrapo. Lo acerco hacia mí, lo examino y después lo abro. Saco un libro minúsculo y leo)“Manual para encontrar objetos perdidos. Antes de empezar la búsqueda lea la regla de oro en la página quince” (busco la página) “la cosa no está donde no estuviste, no cometa el mismo error que el discípulo de Sue Chang: ¿Pol qué busca afuela lo que peldió adentlo? Polque aquí hay más luz.”

 “Si perdió algo, vaya al lugar donde vio el objeto por última vez. Vuelva al punto de partida.” (Camino con el libro hacia la entrada) “Cuando encuentre algo importante no lo pierda de vista.” (Mientras camino la cartera ha desaparecido. Cuando regreso para buscarla, ella pasa por delante de mí y logro atraparla). 

A veces tengo la sensación de que perdí algo, algo me falta, entonces regreso por donde vine y busco, pero no sé qué estoy buscando, aunque presiento un rastro, es como el vacío que deja un hilo que falta, algo que no se ve, pero deshilacha. 

Mi mamá me contó que cuando era niña le obligaban a bordar fundas de almohada usando esos vacíos, ella tenía que perder los hilos hasta formar un patrón. 

Le pregunté a mi mamá por mi punto de partida ¿de dónde vengo? Y ella me dijo que de dos semillitas que se juntaron: una semillita de mamá con una semillita de papá, yo creo que no quiso decir una semillita de papá sino de papa, porque mi mamá era del Carchi y allá lo que se da bien son las papas. Mi abuelo las sembraba porque solamente las papas aguantaban la altura y ese frío.

Mis abuelos seguramente para abrigarse, tuvieron ocho hijos, era una familia grande y difícil de alimentar. Había días en que desayunaban papas, almorzaban papas y merendaban papas. Eran cuatro hermanos y cuatro hermanas. A los niños les gustaban cantar, correr por el páramo y montar a caballo… a ellos les enseñaban a tocar la guitarra y a enlazar. A las niñas les gustaba, bueno, la verdad no les gustaba, pero si querían salir a jugar, antes tenían que planchar, tejer, coser, bordar y si acababan pronto, atender a sus hermanos. A ellas les enseñaban a “ser mujer”.

Cuatro y cuatro. Con esa simetría era fácil para mi abuela mantener el orden, ella les daba clases de urbanidad y perfección moral. La única vez que mi abuela subvirtió el orden fue cuando mi abuelo la convenció de que se fugaran para casarse y de ese matrimonio se arrepentía, porque su vocación era ser madre superiora como su tía. Una monja dulcísima que presagió que habría una santa en la familia ¿Seré yo? (pausa) Eso me he preguntado… ¿estaría mi abuela preguntándose lo mismo? (pausa) En todo caso para alejar a sus hijas del pecado, las mantenía haciendo oficio. Sobre todo quería apartarlas de los pecados de impureza que son tres: pensar sobre el cuerpo, tocarse y tener malos pensamientos. Mi mamá, de niña, se dedicaba horas a pensar y pensar para buscarse los malos pensamientos, pero no los encontraba. Luego, cuando a los doce años mi abuela la sorprendió poniéndose vaselina en las pestañas, comprendió que verse al espejo era pecado de vanidad, porque era lo mismo que pensar en sexo y ella debía ser niña, niña, niña hasta que se casara, entonces le darían permiso de ser mujer.

Mi mamá hacía esfuerzos tremendos para perderse de su mamá o por lo menos de sus palizas, pero como digo, con mi abuela nada se perdía, porque todo estaba en orden. 

Allí no se me pudo perder nada. En cambio en la familia de mi papá… ¿quieren ver? Acérquense. 

La familia de mi papá no está en orden  es un misterio. No se sabe si la tía es la tía, la prima o ha sido la amiga de la abuelita o resulta que el hermano no ha sido, pero sí era, aunque tiene otro apellido y el hijo de la empleada había sido el nieto y alguien enviudó de uno que siguía vivo pero se fue en un tren y otra había sido viuda pero se volvió a casar sin que nadie sepa, porque era secreto.

En las reuniones familiares nunca sé con quien estoy saludando. Por ejemplo las gemelas, para empezar no reconozco cuál es cuál, peor aún de dónde salieron ¿serán familia de mi abuela o de mi abuelo? porque su apellido está en ambos lados de la familia y la verdad solo se parecen entre ellas. Lo que sí puedo reconocer es un humor familiar: inseparables se dedican a sabotearse la existencia mutuamente. Por ejemplo, en estas reuniones familiares, cuando la una se levanta para ir al baño, la otra ocupa su silla para suplantarla, y en venganza, esta reparte entre los meseros falsas restricciones alimenticias para interceptar sus bocaditos. Por más que intento recordar, no logro ponerlos en orden. Es que hay vacíos y secretos.

(Saco el libro y leo) Secreto: “el secreto es un objeto perdido a propósito. La dificultad de des-aparecer un objeto, adrede, radica en que la cosa permanece presente en la memoria de quien la oculta, y esta, en el fondo no quiere perderla, solo confundirla.”

¿Alguna vez les ha pasado que guardan algo con tanto cuidado que lo pierden? Eso le pasó a mi tía Azucena. Ella tendría unos veinte años. Me imagino que se sentía hermosa, aunque dudaba que fuera suficiente para que alguien, que por supuesto no fuera cualquiera, la quiera. Un día, tal vez por miedo a quedarse soltera, decide hacer el primer intento y le da la bienvenida a un hombre. Ella juega a que le gusta, se imagina que lo quiere, que se quieren y él… él es tan atento, tan de apellido extranjero, “gente decente” que valora su recato, su timidez (cuelgo un pequeño rosario), sus evasivas. Y además, él cumple al pie de la letra el protocolo establecido: carta, flor, recado y visita breve en la sala, acompañados por la mamá o la hermana mayor (aparece Vituca y se ubica entre los dos). Eran otros tiempos. 

Digamos que las visitas se repiten y Azucena decide ceder, más por la emoción de la hermana que por la suya y bueno, para no quedarse soltera. Entonces ellas se ponen de acuerdo y en media visita, la hermana dice que se va a la tiendaperoun momento ¿quién es la hermana? La hermana se llamaba Victoria, la Vituca era la preferida de su padre. Porque el bisabuelo tenía sus preferidos. En total tuvo cinco hijos, uno menos que la bisabuela (ese es otro secreto). Los más blanquitos comían con él en el comedor y los más negritos con su esposa en la cocina, solo al más blanquito le pagó la universidad, mientras que la más blanquita, Victoria, se bajaba por el pasamanos en lo que yo considero un simulacro de fuga de la casa paterna, de donde solo salían las mujeres que conseguían marido y bueno, la Victoria bajó por el pasamanos hasta los ochenta años. Sin vigilancia hasta que se rompió el brazo, luego con más emoción, a escondidas.

Entonces, cuando la hermana juega a que va a la tienda por unas rosquillas, la situación se enreda. Bueno, más bien se enredan las manos, los brazos, los labios.... En medio del enredo la tía trata de recordar lo que su hermana le ha explicado, con detalle, que tiene que hacer, pero lo único que se le viene a la mente es el gesto del padre cuando le contaron quien era su pretendiente: “terminantemente prohibido” dijo, y salió a la calle. Esa tarde ella le dijo cómo podían hacer para verse a escondidas y le explicó… los detalles, porque la hermana mayor los conocía, aunque nunca había hecho algo parecido, no por falta de curiosidad o de coraje, sino porque a ella sí le escaseaba la belleza.

En fin, la Victoria siguiendo su plan estaba en la tienda, y en lugar de vigilar el reloj, saborea el azúcar impalpable de las rosquillas, siente como la saliva le va llenando la boca, el calor le va ocupando las mejillas, bajo la falda traspira, se da cuenta porque siente los muslos resbalosos ¡Ah, por venir a la tienda a la carrera! Piensa en la hermana con el amigo ¿y ustedes creen que calcula el tiempo? …Sí, calcula, cada minuto. Y cada minuto que se demora, se acumula el vapor que sube desde sus rodillas, entonces decide esperar un momento más, un momento más y espera de más. Cuando entra con las rosquillas, se encuentra con la mirada de la hermana cambiada, desde ese día, tendría una mirada de retrato.

Y es que la tía, igual que yo, se embarazó cuando era soltera. Lo extraño no es que la historia se repitiera, sino que cuando yo lo conté en mi familia nadie me dijo: ¡Ah! ¡Como la tía abuela! No. Me miraron como si se tratara de un problema sin precedentes y sin posible final feliz. En el minuto que me tomó contarlo, no solo torcí mi destino, sino que al parecer, había torcido todo el devenir histórico familiar. Y bueno, ahora pienso que de alguna manera sí fue así, porque por primera vez, no iba a ser secreto.

La tía Azucena, con la complicidad de su hermano, mi abuelo, se escondió en la cocina nueve meses, ahí tuvo a su hijo y ahí lo crió,  delante de su papá que no se enteró de nada. 

¿Cómo se oculta al nieto en la casa del abuelo? 

(Leo en el libro) “Pretender que un objeto está perdido: Cuando la mirada pasa sobre el objeto perdido, varias veces sin reconocerlo, se trata de un pretendido perdido. Esto no suele hacerse con intención. Lamentablemente, los pretendidos perdidos solo se encuentran con la intervención de alguien más.”

Me imagino que nadie más intervino, tal vez ayudó que el bisabuelo tenía una profesión que le apasionaba. Él era músico y a lo único que se entregaba además de al piano y al violín, era a la causa conservadora. “Recordad hijos, que vuestro padre no solo empuñó el arco del violín para sacar las notas suaves y armoniosas, sino también el rifle para defender la patria militando en la buena causa. Quito, julio 7 de 1907.”

Ese partido tomó cuando a finales de agosto de 1932 estalló en Quito La guerra de los cuatro días. Quito era una ciudad tan pequeña que, todos podían escuchar los silbidos de las balas desde sus casas y ver la batalla desde las ventanas. El bisabuelo seguía los acontecimientos desde la suyamientras Enriquito, el hijo de la empleada, estaba en la calle, esquivando los tiros, porque el señor, le había ordenado que vaya a comprar tabacos. 

En cuatro días, que el bisabuelo no pudo aguantarse las ganas de fumar, en Quito murieron dos mil personas, muchos de guerra y otros de otras cosas, porque en esos cuatro días sin ley, algunos aprovecharon para mandar a la fosa común a sus enemigos personales. Imagino que al abuelo tampoco le caía muy bien el mimado del hijo de la empleada, al que había mandado a comprar los tabacos.

En otra ventana, la tía Azucena se tragaba la colilla del último cigarrillo para no gritar, mientras rezaba para que ninguna bala perdida alcanzara a Enriquito, que en realidad no era hijo de la empleada, si no,  su hijo. 

¿Sabía Enriquito que los tabacos eran para su abuelo? Sabía, si llevaba su apellido, pero debía guardar el secreto. Así el mismo señor que compuso Reir llorando, miraba sin ver. 

Es que para el bisabuelo todo eran teclas blancas o teclas negras. Mi abuelo, tecla negra, aunque no lograba la simpatía de su padre, como era hombre, podía salir de la casa cuando quisiera y alegrarse con la vida bohemia de Quito desde 1900 y pico, y hacer amistad con las pocas mujeres que sí salían de su casa, como la que muchos años después fue su casi cuñada, porque era casi como la hermana de mi abuelita, aunque en realidad era su prima ¿o su tía? 

Georgina era ligerita como un pañuelo.  Volaba en uno de los cinco automóviles que había en Quito, 1900 y pico, conducido por su eterno amante el boticario, unos dicen que era su exmarido, porque ella ya se había divorciado en 1900 y pico, y es que en el Ecuador, un país chiquito que hasta ahora no aparece en algunos mapas, es posible divorciarse desde 1900 y pico.

Yo no conocí a la tía Georgina, pero tengo sus libros. Eran libros que estaban en el índice Prohibitorum de la Iglesia. Leamos lo que dice el glosario  “index de textos dañinos para la fe por contener caudales de erotismo despiadado y de peligrosa ideología. Por ejemplo, pianista.  Pianista es el objeto con que el piano se toca para sentir placer, ayudado por su cómplice el banquito, que puya al pianista para lanzarlo contra las teclas.”

Sé que eran sus libros porque tienen su firma. “Es propiedad de Georgina Arias G.” 1900 y pico.

Como se imaginarán a mí me interesa conocer su historia, por eso busqué en el libro algún capítulo que pueda ayudar a encontrarla y me topé en el índice dos capítulos que creo que pueden servir. (Leo) “Cómo encontrar algo que se lleva el viento”, página 9. Por favor ayúdenme a recordar las páginas. Y, “Cómo encontrar algo con un pañuelo”, página 12.

Leamos primero el del pañuelo. Página 12… “Haga tres nudos en un pañuelo mientras repite con fe: San Cucufato con este pañuelo los huevos te ato y hasta que no aparezca el objeto perdido no te los desato.  Nota: No olvide desatar el pañuelo cuando aparezca el objeto.”

Mejor veamos el otro ¿Cuál era la otra página? Ah sí,  “cómo encontrar algo que se lleva el viento: El viento invisible deja profundas huellas, si busca algo perdido hace mucho, rastree las materias duras, como la cangagua y las rocas de las montañas, esas longevas son capaces de guardar huellas por largo tiempo.”(Pausa)

A quien sí conocí porque vivió muchísimos años, fue a mi abuelo. Él, seguramente se conoció con mi abuela en un paseo en automóvil o en la Botica Nacional, donde gracias al mencionado amante la familia tenía cuenta al fío. Mi abuelo nació a finales del siglo XIX y vivió 104  años.  No envejecía, era lo más parecido que he visto a una tortuga galápagos, tenía un caparazón hecho con un bividí, una camiseta, una camisa, un chaleco, un saquito de lana y el saco del terno. Y él no se sacaba esto, haga frío o haga sol. Era uno de los secretos de su longevidad. 

Mi abuelo se movía lento y poco, una vez lo vi hacer este movimiento (mueve levemente la cadera, hacia delante y hacia atrás) y como lo quedé mirando me explicó que estaba haciendo ejercicio.

Tenía el cuello arrugado, poco pelo gris peinado hacia atrás , unos pocos dientes que dejaban ver las encías, cuando masticaba hacía el mismo gesto que una tortuga. Tenía los ojos chuspis, más chiquitos que los míos, muchas veces estaban vidriosos. Yo creo que porque recordaba a sus muertos, y es que con tantos años vividos, había enterrado además de a sus padres, a todos sus hermanos, a todos sus amigos y a cinco hijos: dos que murieron al nacer, una que enfermó joven y dos que murieron ya de viejos. Me acuerdo que tenía un escritorio donde todos los días abría el periódico, revisaba los obvituarios, recortaba alguno y lo guardaba en un cajón. En ese mismo escritorio me enseñó un juego de cartas impresindible si piensas en cumplir cien años: solitario.

Cuando cumplí doce años me dio un consejo. Me dijo: “los hombres somos malos”. Hasta ahora me pregunto cómo me quería prevenir.

Mi abuelo se casó dos veces, la primera vez con Aura Luisa, ella murió de parto cuando intentaba dar a luz a su primer hijo que también murió. Dicen que mi abuelo desesperado gritaba sus nombres por las calles de Esmeraldas. 

Cuando en 1980 se cumplieron cincuenta años de la muerte de Aura Luisa, mi abuelo contrató un vuelo chárter de Quito a Esmeraldas y lo llenó de flores para su tumba. Yo no sé con qué plata porque él no tenía gran cosa. Además, lo hizo en secreto, tal vez porque a mi abuela no le hubiera hecho mucha gracia. Él amaba tanto a su primera mujer que la recordamos los nietos de su segundo matrimonio. La única vez que lo oí nombrarla, fue unos pocos días antes de morir. Estaba en su cama y de pronto empezó a decir: “Aura Luisa espérame, ya estoy en el terminal, espérame que ya voy a tomar el vuelo.” Parecía que ese día Aura Luisa estaba más cerca de mi abuelo que mi abuelita, que estaba conmigo sentada al pie de su cama. 

¿Creen que una gran tristeza puede sobrevivirte? ¿Será que la tristeza se puede heredar? 

Estas historias yo las he escuchado, no están perdidas, pero hay otras que por más que he buscado no he podido encontrar…

Como la historia de mi abuela, y eso que siento que la tengo, porque cuando me remueven… suena.  Igual que cuando extravío las llaves en el fondo de la cartera, parece que no están, pero si la sacudo, suenan.

He buscado en el libro y encontré esto: “Cuando en la búsqueda recorre una y otra vez los mismos lugares sin resultado, recuerde que a veces para encontrar lo perdido hay que perderse.”

Pero no es fácil. En el espacio de tiempo donde el objeto no se dá por perdido pero tampoco aparece, se abre la grieta de la incertidumbre y esa grieta es el acceso a un vacío lleno de posibilidades. Ahí habría que saber esperar, pero es fácil desesperarse. Yo les confieso que por no estar ahí he aplicado un recurso desesperado que me enseñó mi abuelita del otro lado de la familia. Empiezo a decir así:  San Antoñito bendito ayúdame a encontrar la cosa…San Antoñito bendito si aparece te prometo que nunca más voy a…   

Si quieres conocer el paredero de algo o alguien debes sumergirte en la cosa o la persona hasta perder todos los puntos de referencia, hasta que al mirarte percibas que tu contorno está difuso, entonces estarás lista para regresar por un camino desconocido, tu propio camino” ¿Ustedes creen que alguien ordenado pueda entender este manual?

A mí no me ha servido para encontrar la historia de mi abuela y la de las mujeres que la rodearon. Esas historias, como si no contaran, se han olvidado. Tal vez ayudó que fueran tan buenas para guardar un secreto. Con lealtad se protegían entre ellas, seguramente para sobrevivir en ese mundo hecho para los hombres. 

Sé de mi abuela, quienes fueron sus padres: la señorita Rosa, le decían señorita porque era profesora y el ferrocarril.

Si hay un objeto en el mundo, indispensable para que yo exista, ese es el ferrocarril. Por eso, es como otro abuelo para mí. Yo soy bisnieta del ferrocarril (saco un ferrocarril).

Mi bisabuela se casó con un señor irlandés que migró a los Estados Unidos y por esas cosas de la vida terminó en Ambato. Llegó para construir las vías del tren y se enamoró. Cuando terminó su trabajo, intentó por todos los medios convencer a mi bisabuela Rosa de que se fueran con sus hijos, al mundo civilizado, pero según dicen la bisabuela tenía su carácter y le advirtió que si se iba de Ambato, se iba solo. Mi abuelita se acordaba de los ojos azúles de su papá.

 (Canto mientras el ferrocarril parte.  Cruza el escenario lentamente hasta perderse en la oscuridad).

 Te abracé en la noche[1]

era una noche de despedida

te ibas de mi vida

Te atrapó la noche

la oscuridad traga y no convida

quedé a la deriva

 Tal vez fue un derroche

los sentimientos más bendecidos

flotan como idos

 Te besé en la noche

con un sabor desaparecido

que se fue contigo

Uno a uno, de año en año o con décadas de distancia, todos tomaron el tren y dejaron Ambato. Incluso la bisabuela que se quedó ciega, tal vez para dejar de ver las rieles que le traían malos recuerdos. En el tren también se fue, cansado de sus malos tratos, el menor de sus hijos cuando tenía doce años. 

Fui a la ciudad de mi abuela a buscar su historia y no encontré a nadie de la familia. Entonces busqué la casa que les dejó el irlandés, encontré un garaje, la habían derrocado hace unos años. Busqué a los descendientes de la persona que les había comprado la casa, según me dijeron era un comerciante, un turco astuto al que le vendieron la casa llorando, a precio de regalo según la bisabuela, porque se aprovecharon de su ruina.

 Encontré a los hijos del turco astuto, estaban viejos, buenas gentes, me brindaron café con leche y pan con queso, igual que habría hecho mi abuelita.  Me mostraron las fotos, de la que también fue la casa de toda su vida  -Qué pena que la demolieron- dijeron con nostalgia. -Tenía muchos cuartos y fantasmas- dijo el hijo del turco. -Yo pasaba solita con los fantasmas cuando recién nos casamos- dijo la esposa del hijo del turco. -Una noche los escuché en el piso de arriba, caminaban de un lado a otro y conversaban sin parar cosas que no podía entender. Y arriba no vivía nadie. Todos los días a las nueve de la mañana, a las doce y a las siete, sin falta, escuchaba que se abría el portón, luego unos pasos que cruzaban el zaguán, se abría la mampara y los pasos terminaban siempre frente a la ventana del comedor. Es que dicen que hubo una tragedia. Parece que el asesinato fue en la azotea- Eso fue lo último que dijeron, luego llamaron a tomar café.

¿Rumores? No lo sé. Hace unos años escuché que una de las mujeres que busco fue arrestada por sospecha y que mientras estuvo detenida solo recibía cartas de mi abuelo y solamente una amiga la visitaba. Dicen que ella le dijo:  no te preocupes, desde ahora seré yerba de tu casa.  Y no sólo cumplió mientras estuvo detenida si no que la visitó por el resto de sus vidas y cuando la muerte las separó, siguió yendo, para visitar a sus hijos, hasta que ella también se marchitó y murió. Por eso yo creía que era parte de la familia… sí lo era. 

¿Y el crimen? Busqué en los periódicos de esos años y lo único que me llamó la atención fue un artículo escrito en 1938, que estoy segura de que mi abuelita leyó y que debe haber pensado que era muy chusco. El artículo decía: 

“Los deportes para las mujeres. El mejor de todos los deportes para conservar la suavidad de la silueta moderna, es sin duda la natación. Se lo practicará inteligentemente si el movimiento se lo hace actuar en el vientre y la espalda. El estilo de brazos mortifica la nuca. El de costado es agradable y sencillamente económico. Al salir del agua una buena fricción, hará reaccionar la circulación condición importante esta como la misma acción del baño.”

¿Cómo estoy tan segura de que lo leyó? Porque mi abuelita practicaba un solo deporte, en este frío: nadaba. Porque le encantaba leer y porque ese diario era el único que había en Ambato y era de edición semanal.

Entonces no encontré a mi abuelita en su ciudad, pero encontré gente que hablaba como ella, que comía lo mismo que ella, o sea, mi abuelita no estaba en la ciudad, pero la ciudad estaba en ella. ¿Cómo se puede perder algo que se lleva puesto?

El libro dice que se puede extraviar algo que se lleva puesto y que esto es tan común, que hay un refrán popular que dice “el burro del intendente lleva carga y no lo siente”. Es común, vegonzoso, pero fácil de resolver. Solo tienes que preguntar por el objeto perdido y dejar que te miren (Pausa).

Al final encontré a mi abuela, en mi espalda. Yo creo que a veces me duele la espalda porque es por ahí por donde espero que me nazcan las alas. Como en una película de Anime, la espalda roja, se hincha hasta que explota y salen un par de alas enormes y poderosas. Creo que mi abuela también quería que le salgan alas por ahí, pero solo consiguió una joroba. Las alas al conmienzo son delicadísimas como las de una mariposa, dobladas cuidadosamente un montón de veces para caber dentro de un capullo pequeñito, como los sueños. Estas alas húmedas un día se despiertan, porque aparece una fuerza que va llenando sus venitas diminutas en un bombeo casi imperceptible, las alas empiezan a separarse haciendo un esfuerzo como el que hace el cuello de un bebé recién nacido cuando levanta la cabeza por primera vez.  Las alas se levantan para darle paso al líquido que presiona y tienen que estirarse en el tiempo justo, porque el tiempo pasa y la fuerza crece, y si ellas no se desdoblan la fuerza se vuelve contra ellas, algunas venitas se quiebran, las alas se asfixian por partes, mientras luchan por desdoblarse se parten, se empapan, como hojas de lechuga flácida que flotan en un líquido amniótico, se deshacen en  segundos. Con el paso de los días se cristalizan y forman un volumen, una masa que se lleva visible sobre la espalda, como el anuncio de un recuerdo indescifrable.

(Pausa)

Me ha llevado algunos años recuperar el hilo de mi historia. Y ahora podría despedirme de lo perdido, pero como a veces es difícil desprenderte de un objeto que te ha acompañado mucho tiempo, quiero usar un truco que aprendí de mis mayores… es más fácil desprenderse de algo que aprecias cuando lo regalas a alguien que quieres.

Por eso quisiera regalarles a los que quieran estas instrucciones para encontrar objetos perdidos. Y como es una ocasión especial brindarles lo que brindaba mi abuelito en las ocasiones especiales. 

Sobre la mesa se deja un sobre para cada espectador con un hilo y con las instrucciones para encontrar objetos perdidos.

[1] Canción Te abracé en la noche de Fernando Cabrera.

A cielo abierto, un encuentro de danza contemporánea/ Genoveva Mora

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 Let sleeping dogs lie /Genoveva Mora Toral

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