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PALESTINA SUNBEAM: UNA OBRA DE MALATINTA / Santiago Ribadeneira Aguirre

Palestina Sunbaim, Vladimir Centeno. Fotos Silvia Echevarria El Apuntador

PALESTINA SUNBEAM: UNA OBRA DE MALATINTA / Santiago Ribadeneira Aguirre

Es el sentido de la vacilación. El mendigo que transita por las calles de la ciudad es un actor. O al revés. Deviene en actor callejero porque ha sido capaz de inventar los umbrales de la fragilidad y de la impresionabilidad. Habla desde la ficción: “ser o no ser”. Pero esa ‘no es la cuestión’. Al menos el problema para él va más allá de la afectación. Es el uso del pronombre (yo soy) para que alguien (tal vez los transeúntes, puesto que está en la calle) infiera que él todavía no existe como personaje. ¿Qué hace falta?

Los personajes del teatro nunca adquieren perspectiva histórica porque transitan por escenarios imposibles.  Los transeúntes (si volvemos a admitir aquello de estar en la calle) o los espectadores (si además admitimos que estamos en una sala de teatro, por ejemplo, en el Teatro Sangre) se preguntan sobre el sentido de la presencia en la obra Palestina Sunbeam (rayo de sol).  El personaje (no) adviene a través de una narración. (Había una vez…) o del uso del pronombre: ‘yo soy un actor que ahora va a representar a Hamlet’); o del uso y la construcción del acto ficcional. Es el ser o no ser como una forma precaria de caracterizar cualquier situación. “Miren, yo soy un actor que ahora cumple el rol de un mendigo que vive en la calle y va a contar historias.

Palestina Sunbaim, Ana Calero

Otra vez el uso del pronombre para cambiar la secuencia narrativa, necesaria, justamente para escapar de su propia narración, como lo hace otro personaje (una mujer que revela algunos entresijos de la infidelidad del amante narciso) encaramado en el altillo del teatro, con más autoridad narrativa. Recordemos: el escenario de la Sala Teatro Sangre tiene un arriba y un abajo, desdibujado por un boquete en el techo-piso para mirar las acciones desde una perspectiva fragmentada. Ella (Ana Calero), al comienzo del espectáculo, está sentada frente a un espejo, en un rincón oscuro o semi iluminado del escenario, con los espectadores distribuidos en el espacio, siendo parte directa y palpable de lo que ocurre, atisbando sus gestos y movimientos.

Habla con perspicacia de sus noviazgos, de sus amores y frustraciones. Sin que importe que no exista alguna perspectiva narrativa en ciernes, Ella mete baza con el espejo, confunde las temporalidades y confunde los roles. Exhibe, ya sin pudor, las marcas de su pobre registro afectivo, lesionada ahora por una nueva traición amorosa. Hace el enunciado: siempre se puede ser fiel en el amor hasta que la fidelidad deja de ser una norma sin espacio y sin tiempo. El orden del discurso cambia cuando invita a uno de los espectadores a bailar con ‘guapeza’. Guapear es la cuestión fundamental. El círculo de la perversidad se rompe y lo espectadores son dirigidos hasta la oquedad que está en el piso, para rodearla y mirar lo que comenzaba a ocurrir en ‘el abajo’ de la representación. La forma del reclamo cambia de protagonista aunque la ficción acaba de sufrir un vuelco.

Palestina Sunbaim, Vladimir Centeno.

En ese abajo está el actor necesitado de algún soporte. De la susceptibilidad de la traición amorosa y del abandono de Ella, pasamos a los acontecimientos transitivos: ser o no ser alguien normal, es la máxima para definir la (frustrada) formación del sujeto hamletiano. Una vez que el actor define el marco de esta nueva transitividad, la ficción regresa de la mano del personaje al lugar que le corresponde por naturaleza y decisión.

El personaje (Bladimir Centeno) exhibe una ‘locura tentativa’ (J. Butler) para hablar desde Hamlet, el personaje de Shakespeare. Y hace otro giro conveniente desde la construcción ficcional: hablar a partir del teatro y esa ambigüedad es otra forma de interpelación. ¿A quién interpela el personaje? Instituye una suerte de no ser desprendido del pronombre: el personaje se ubica dentro de esta anchura narrativa. No ser normal como cualquiera, es una manera de no-ser, para plantear temas ligados a lo político, a lo social, a lo contingente, al ser humano. El personaje despojado del ‘yo’, interactúa con el público (‘usted va a ser mi apuntador’, aludiendo a la revista, suponemos) bajo una estrategia premeditada, la de la negación. Se ha negado a sí mismo y se reafirma como actor actuante que ha realizado varios oficios para sobrevivir. Gran contradicción constitutiva para poder ‘tocar el mundo’.

Más allá el actor actuante, convertido en profesor (el oficio subrogante) de sexología, imparte consejos prácticos, algunos inaplicables, para saltar a la categoría de lo humano. El enlace apenas funciona aunque desata algunas suspicacias alrededor del juego corporeizado (el actor o el personaje, insinuante, se sienta en las rodillas de los espectadores, hombres y mujeres) e insiste en esa ‘dependencia primaria’ por el sexo. Fin de la clase y fin de cualquier estado instintivo. Lo inmediato es el desdoblamiento en actor A y actor B que expresa su momento de conmoción y de impresionabilidad, en relación con los últimos acontecimientos en la Franja de Gaza: el genocidio contra la población palestina por parte del ejército sionista de Israel. El personaje B conmovido y afectado, reclama el derecho a decirlo a los cuatro vientos. La escena de la interpelación, antes de concluir, se propaga y se amplía en el espacio y en el tiempo que culmina, mientras las semánticas progresivas asociadas al ‘yo’ inicial del actor-mendigo se subliman en protesta rotunda contra la agresión, el genocidio y el ser o no ser.

Palestina Sunbaim, Vladimir Centeno.

 ¿Y el público? ¿Y los espectadores? ¿Se habrán conmovido? ¿Se habrán dejado afectar? La posibilidad de que se produzca una autoafirmación, queda latente. La obra Palestina Sunbeam, nos deja a todos en el terreno de la ética y de lo político, decidiendo la capacidad de elegir y de acceder a una relacionalidad también ética que aparentemente no estuvo prevista.

FICHA TÉCNICA

Obra: Palestina Sunbeam

Actuación: Bladimir Centeno / Malatinta

Textos: Bladimir Centeno y Patricio Guzmán Massón

Dirección: Bolívar Bautista

Asistencia: María Elena Buendía

Coreografías: Gabriela López y Diana Ormaza

Iluminación, maquillaje y vestuario: Daniel Moreno

Fotografía: Nina Zambrano / Silvia Echevarría

Telonera: Ana Calero, Azul, presenta su número El narciso

Lugar: Teatro Sangre / Temporada noviembre 2023

 

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