PERMISO PARA MIRAR LA PARED | Santiago Ribadeneira Aguirre
¿Qué es lo que se pone en evidencia en la obra Permiso para mirar la pared del grupo Deus Ex Machina, dirigido por Sebastián Cattán? El sentimiento, como sujeto del hecho escénico, y de la escritura como experiencia propiamente teatral, cumplida por un colectivo solvente de actrices y actores con diferentes procesos de formación. Porque lo que pudimos ver con complacencia, es un trabajo teatral minucioso, exigente en términos de actuación y de puesta en escena, que pone en evidencia la utilización medida del gesto colectivo, el trabajo corporal, la escenografía, el diseño de vestuario y la música subordinados a una idea central: llegar hasta los personajes del dramaturgo y novelista Samuel Beckett, de manera destotalizadora.
El ‘ecosistema’ del comportamiento humano, puede verse fuertemente condicionado en tanto operan circunstancias especiales, porque el mundo (el de la percepción y el mundo en sí) se reduce a lo puramente palpable e inteligible. Las referencias vivas (Merleau-Ponty) pueden perderse o se desgastan en el ejercicio de la sospecha. La significación mundo es apenas un desprendimiento de la significación del pensamiento que está bastante lejos del orden del acontecimiento.
Sin acontecimiento no hay Mundo posible mientras se acude al signo de lo conmensurable para sostener la viabilidad de aquella significación, en términos de transposiciones: el mundo es pensado como una elaboración que se concreta en la experiencia compartida. Ahí es cuando se vuelve imperioso el permiso para mirar la pared que significa la denegación de la percepción como recurso de lo visible. No existe una ‘pared real’ y tampoco hay razones para creer que los 19 sobrevivientes, que han iniciado un viaje sin retorno a bordo de una barcaza, hayan podido fundar en el recorrido, un conjunto de nuevas razones con las cuales pudieran recuperar la fe en el ‘acá del mundo’.
Lo que siempre prevalece en los sobrevivientes es la sensación obscena de lo no advenido, lo puramente extemporáneo, lo no experimentable. El horizonte se otea desde algún mástil elevado y varios de ellos asumen por turnos, el rol imprevisto de vigías atolondrados que no encuentran nada concreto (salvo el mar que les circunda) que pueda ser comunicado como parte del resuello de alguna esperanza. El residuo conmovedor de una conciencia que se perdió, les atolondra, dispersa y confunde a mujeres y hombres que obedecen la orden perentoria de dormir o despertar, convertida en el ejercicio imprevisible de la conversión.
Una vez que son catequizados, los conversos exultan y se regodean de aquel signo indeducible de la fe sin fe, que sigue las huellas fantasmales de alguna cosmogonía mecanicista. El trayecto está marcado por la facticidad como si la realidad y la ficción fueran lo mismo, confundiendo el mundo de la vida con el mundo de lo posible. En algún puerto marítimo del mundo, un grupo de sobrevivientes de algún cataclismo inesperado del que nada se conoce, se embarca sin un rumbo predeterminado. Ese es el momento en que el curso de la historia cambia o al menos ellos lo vislumbran de esa manera. Algo había que preservar para conservar la condición humana, virtualmente perdida por causas múltiples y establecen que la epopeya es un momento liberador. La conciencia sacrificial marca el destino del grupo y de la naturalización de la historia. En medio del océano lo que verdaderamente les importa es encontrar tierra firme, por lo tanto se marca el nuevo destino de la Humanidad frente al aparente fracaso de un proyecto civilizatorio que intentó la desmitologización del cosmos.
El quicio de la propuesta que hace uno de los personajes es la recuperación de la humanidad. La vida se reinventa en una embarcación a la deriva, a pesar del intento del contramaestre de ordenar que todos remen al unísono. El sujeto indefinible, de esta historia sin historia, (la narración es una falsa señal) no puede encontrar su identidad en el otro, sino en la sucesión de fantasmas efímeros que se encarnan en vagabundos miserables, locos a destiempo y en lo paródico como compulsión subjetiva que se convierte en una mueca colectica del fracaso y de la deformidad. Es la ‘nave de los locos’ (que es el de la escritura escénica y del lenguaje) que como la nave del pintor flamenco El Bosco (que navega en tierra) tienen tripulaciones compuestas por locos, mendigos, bufones, tullidos, borrachos, músicos, etc.
Y, al culminar sus detracciones, los personajes enarbolan en lo alto del mástil una bandera invisible con la luna estampada, como símbolo de la locura. Para Michel Foucault, –lo señalamos en el escrito Artaud y la nave de los locos, publicado el 15 de agosto de 2012, del que queremos citar un par de párrafos–: “la locura, como la literatura, se encuentra en el lenguaje. La locura abre un espacio que es como una reserva de sentido, donde lengua y habla se implican y que en cierto modo, representa un no-lenguaje doble: el del lenguaje que solo existe en su habla y del habla que no dice más que su lengua: Un día, seguramente habrá que hacerle a Freud esta justicia: que no ha hecho hablar una locura que desde siglo atrás ya era precisamente un lenguaje (lenguaje excluido, inanidad charlatana, palabra que huye indefinidamente del silencio reflexivo de la razón); al contrario ha acabado con el logos desrazonable; lo desecado; le ha hecho remontar las palabras hasta su fuente, hasta esa región blanda de la auto implicación en la que nada queda dicho.
El asunto –nos recuerda una vez más Foucault- por tanto, no se reduce a que la locura sea, en cierto modo, un lenguaje que no se identifica con la palabra transmitida, moneda de cambio, sino que a la par esta escritura no circulatoria, esta escritura que se tiene en pie es justamente un equivalente de la locura… de aquella que se produce en el acto mismo de escribir, acto transgresivo. En su experiencia extrema, el lenguaje de la locura es ahora, gracias a la escritura en la que se cumple su carácter subversivo, la locura del lenguaje…” (La Locura, la ausencia de obra, en Michel Foucault, los subrayados son nuestros)
(http://dedulceydegrasa.blogspot.com/2012/08/artaud-y-la-nave-de-los-locos.html)
Los tripulantes del barco que transporta a las ‘criaturas de Cattán’, son semiseres cuyo comportamiento irracional los vuelve informes, no-nacidos, de cuerpos imposibilitados para otras formas de expresión más allá de sus progresivas parálisis mentales. Hablan y gesticulan como regurgitando las palabras y devolviéndoselas repetidas en los demás, ya sin significados concretos. No existen los diálogos coherentes entre los personajes, sino las alocuciones sin sentido porque el potencial semántico de las frases está condicionado por el nuevo mito de la sobrevivencia. Lo definitivo es volver a lo primario, a lo estrictamente básico a fin de que la comunicación humana apenas deje el margen necesario para no arrojar por la borda los últimos vestigios de la humanidad que se hunde sin remedio.
FICHA TÉCNICA
Permiso para mirar la pared
Una obra de Deus Ex Machina
Director: Sebastián Cattán ,
Asistencia de dirección: Florencia Zárate
Música: Andrés Noboa
Elenco: JC Camacho, Karen Menéndez, Ricardo Carrera, Vanesa Trujillo, Adrián Páliz, Marthina Ortega, Adriana Urresta, Tomás Flores, Alfredo Espinosa, Leslie Naranjo, Sabina Jarrín, Andrea Villa, Monserrat Álvarez, Andrés Garófalo, Andrea Ruiz, Verónica Villegas, Emilio Andrade, Julia Lozada, Diego Andrés Paredes.