EL BAILARÍN QUE BAILA CON LA VOZ | Santiago Ribadeneira Aguirre
Señoras y señores, el arte de la danza es una lucha que el cuerpo sostiene con la niebla invisible que le rodea para iluminar en cada momento el perfil dominante que requiere el gráfico o arquitectura exigido por la expresión musical. Lucha ardiente y vigilia sin descanso como todo el arte (…) García Lora sobre la bailarina flamenca llamada La Argentina, Antonia Mercé (Tomado de Poética del movimiento. Editor Eduardo Gil 1999)
La Sala de Artes Escénicas del Frente de Danza Independiente, en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, está separada del acceso principal por una cortina negra. Los espectadores comienzan el protocolo de ingreso haciendo una larga fila. Es la última función del recital del bailarín y coreógrafo Wilson Pico Volver a vivir, una ‘exploración de la poética del bolero latinoamericano’, con el acompañamiento en la guitarra de Jorge Pico. El programa de mano dice que es el remontaje de una obra anterior: Sigamos pecando y un homenaje al hermano mayor de la familia, Jorge Pico Duque (1930-2015).
Wilson Pico y el personaje, un maravillado viandante de terno y camisa, tensaron la cuerda de su arco que se volvió palabra viva, sonora, disonante, armoniosa. El cuerpo de ambos es canto y presencia. Convertido en Odiseo, el bailarín acababa de tantear su gran arco y ‘como un cantor popular que sabe manejar la cítara, tiende fácilmente la cuerda nueva (la de su voz y de su cuerpo) y fija a cada extremo la tripa bien retorcida (Odisea, canto XXI, 404-4010). El personaje tensó sin esfuerzo, el gran arco e hizo temblar la cuerda de su voz que cantó bello y claro, como un trino de golondrina. El guitarrista, ubicado en un costado del proscenio, acomodó las páginas de las partituras para que el lugar de la danza se volviera, por ahora, canto y resonancia.
El bailarín irá una y otra vez, mientras el recital se perfecciona, detrás de un telón transparente de donde regresa con otro personaje. Se recupera la mímesis y se semiotiza el espacio para construir cada vez un clima de sonoridades marcado por la música y las letras de los boleros más conocidos. Los espectadores tararean y repiten varias de sus estrofas: es el arrobamiento, el signo de las relaciones con sutiles tensiones corporales de los personajes, sobres los cuales recaen las miradas y los demás sentidos que se trenzan, se entretejen porque así está dispuesto. La atmósfera es de plenitud integra y total como si verdaderamente se tratara de un rito postergado y ahora recuperado.
No hay otras referencialidades más que las que se acaban de exponer, porque el símbolo sensorial, vital, cognitivo (un bailarín que canta boleros), termina imponiéndose como lo propio, lo único. El bolero y sus letras, radicalmente, emergen elevados por la voz y la presencia de los personajes, mujeres y hombres, que a su vez, remiten a la trayectoria del bailarín que tiene una alta dimensión artística en la memoria de los espectadores. El trabajo escénico de Wilson Pico opera a través de una representación doble: el cuerpo y la música que dejan de ser los enunciados iniciales, para convertirse en fragmentos de una ausencia / presencia donde el tiempo es reubicado por la intensidad de la energía que el bailarín transmite.
El bailarín y coreógrafo con un término motivacional y definitivo ‘vuelve a vivir’. Pudo juntar finalmente los tres elementos fundamentales de su extenso trabajo: la imagen dancística y teatral que descubrió en sus estrenos de 1970; el cuerpo; y, por último, el ejercicio de la escucha, como movimiento integrador muy ligado a la perplejidad que mostró en los años siguientes cuando rompe con lo clásico.
El crítico mexicano Alberto Dallal, al referirse al trabajo de Wilson Pico dijo, acertadamente, en 1976:
“Wilson Pico ha descubierto el sentido de un camino que resulta cabalmente revolucionario: hacer un arte cuyos múltiples aspectos manifiesten intensamente la realidad (y el cambio) que experimentamos (y necesitamos) nosotros y la sociedad. Por lo pronto, este singular creador ha logrado: 1) prescindir de la complicada producción del espectáculo tradicional; 2) ser a la vez creador e intérprete (ancestral anhelo de los artistas en escena); 3) poseer un conjunto de procedimientos, o sea una técnica personal y operativa para expresarse; 4) haber ido hacia la raíz del hombre (el hombre mismo) para mostrarla situada en la experiencia de la realidad; 5) haber logrado la combinación de todos estos factores, de todos estos elementos hasta alcanzar una síntesis firme, hábil, impresionante”.
(Recuperado de: https://wilsonpicodanzacon.wixsite.com/wilsonpico)
El lenguaje, la filosofía de la experiencia siempre van más allá de la simple representación. Es una idea de viaje, de retorno y de encuentro para tropezar con el coraje de no fingir. Lo ocurrido esa noche fue un horizonte desconocido para un diálogo entre lo vigente, lo contemporáneo, la expectativa de los espectadores, el largo camino recorrido, la reafirmación del bailarín como precursor de la danza contemporánea en el Ecuador, junto a otros bailarines y bailarinas que, en su momento, propusieron todos un necesario punto de giro, que sobrevino para construir una ética de la danza desde la trascendencia del gesto, de una estética definida todo el tiempo, bajo la luz comunitaria, colectiva como verdadera afirmación vital.
Letra y música: Natalia Luzuriaga. Arreglos: Esteban Rivera Músicos: Esteban Rivera, Javier Romero, Alexis Zapata y Antonio Cilio. Grabado por Renato Zamora y Jero Cilveti en estudios la Casa Nosstra. Producido por Natalia Luzuriaga y Renato Zamora.
VIDEOCLIP Dirección y cámara: Tomás Astudillo Asistente de cámara: Ami Penagos Corrección de color: Ana Ormaza Vestuario: Lila Penagos Maquillaje: Emilia Dávila Producción: Tomás Astudillo y Natalia Luzuriaga Asistente de producción: María del Carmen Garcés Grabado en el volcán Guagua Pichincha en agosto 2022 Promoción: La Ría Producciones Diseño gráfico: Karina Barragán