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PINXAME O LA PIEL / JARDIN Y ALAMBRE | Juan Manuel Granja

Jabiera Guerra y Rafaela Valarezo. Foto Maya Ponce

PINXAME O LA PIEL / JARDIN Y ALAMBRE | Juan Manuel Granja

Hay algo en Pinxame que atrapa-desconcierta-nace. Entre Jabiera Guerra y Rafaela Valarezo se percibe algo distinto a un equipo musical o a una estratagema artística: hay una fluidez y una intensidad en el escenario que son, antes que nada, expresiones-extensiones de una complicidad vital. Si Jabiera Guerra, formada en danza contemporánea, y Valarezo, formada en música, unen sus talentos es para entremezclarlos, incluso confundirlos: parece que no hay compartimentalización o jerarquización, no hay una división de tareas por currículum vitae. Jabiera también canta (y toca tambores, campanas, teclados), Rafaela también baila (y toca piano, acordeón, aparatos electrónicos). No solo se musicaliza una idea escénica, no solo se escenifica un material musical… Lo que sí: todo se reescribe para el escenario y esa escritura desde el cuerpo es tanto trabajo como juego gozoso. Parece como si cada momento musical-dancístico-lírico hubiera ido creciendo, o simplemente transformándose, fiel a sí mismo o traicionando su forma primera, como un organismo. Un organismo que es acción y exigencia de acción (el público está llamado, más que a interpretar, a participar… a sentir para participar): “pinxame”.

Jabiera Guerra y Rafaela Valarezo. Foto Maya Ponce

El show en vivo de este dúo musical (y dancístico y teatral y poético), aún no disponible en Spotify, encuentra en el desborde un arte: en sus temas no hay un más allá de certezas o quietud, hay algo que está por decirse y que busca y rebusca cómo ser dicho, esta “banda” se levanta para bailar e intentar decir(se) -afortunadamente- más acá del mensaje. Su bestiario lírico está hecho de bichos, plantas, frutas y demás palabras o verbos en obsesiva aliteración y rima: “cuéntame te cuento, tocando te cuento, lunaré riendo caricias diciendo”. Lo escuchamos y sentimos, su escritura pone el cuerpo, sus composiciones operan desde una descomposición de lo obvio que busca evocar y producir estados más que significados. El despliegue corporal de Pinxame es minuciosamente coreográfico, su música, minimalista y potente, conspira para que el desborde de géneros y de formatos que hay en su trabajo, etiquetado alguna vez como “canción escénica”, logre en el tejido de texturas su propia textura.

Pinxame. Foto Maya Ponce

Este tratamiento lírico, aliado a melodías vocales que van menos hacia la canción como tal (¿no es la canción una reificación de todo lo que se podría hacer con la voz?) que hacia una especie de recitación musical o musicalizada y que a veces parecería herencia de la música urbana o de alguna ramificación del hiphop, se vierte, sin embargo, en otro recipiente, o desde otro canal (referentes como la francovenezolana La Chica o la española Rebe resuenan en su sonido sin que esto evite un trabajo en primerísima persona; y sabemos que otra forma de decir persona es decir máscara). Todo en esta propuesta llama a la escena, demanda el experimentarse en vivo, la proximidad de otros cuerpos. En efecto, la sorpresa que produce escuchar y ver a Pinxame en directo hace menor la sorpresa de corroborar que su energía artística se pueda extender también (y tan bien) al teatro o a otros formatos multidisciplinarios, híbridos, porosos.

Ficha técnica

Puesta en escena, música y dirección. Pinxame

Iluminacion. Gerson guerra

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