Un cuerpo antes y después de la pandemia A.P./ D.P. / Constanza Cordovez
Cuando estaba asistiendo a Carolina Cifras a la obra Oropel en su residencia en Nave, proyecto financiado por Fondart, hablábamos sobre esta idea que proponía de que “el cuerpo era la última trinchera en esta sociedad contemporánea y postmoderna”.
Creo que la vorágine de los tiempos pre-pandemia y estallido social, por lo menos acá en Chile, y en distintos países en diferentes continentes, nos ha puesto de manifiesto con mayor contraste que estamos en tiempos convulsos, en la corriente de una vida a hipervelocidad, con hiperconectividad y de sobre información.
No es extraño notar que, en algunas coreografías contemporáneas latinoamericanas, se repiten patrones, imágenes de cuerpos heridos, atrofiados, ensimismados o vueltos una misma masa de cuerpos que tiritan, que caen, que se convulsionan. No es extraño pensar que estos estertores o estas masas de cuerpos que palpitan en espasmos, se reiteran como símbolo de una agonía, de una última descarga antes que suceda el derrumbe o la rendición de un sistema que no puede perpetuarse. La llamada época de transición, se agudizó con los estallidos sociales y aún más con la pandemia. Cuando una sociedad se ve enfrentada a una posible guerra civil o a la propia muerte, se hace evidente y palpable que el cambio social o cambio paradigmático, está ocurriendo.
Y en ese intertanto, mientras dura la crisis, el cuerpo permanece como la bandera a media asta, que resiste como cuerpo social a pesar de ser, como individuos, el flanco certero. Bien lo saben los muertos o los heridos oculares y por perdigones en el movimiento social en Chile, tantos y tantas heridas y muertas, tantos heridos y muertos de nuestra Latinoamérica que después de eras en dictaduras, eras de construcción constante en busca de una identidad que sea resultado de un cúmulo de procesos históricos paradójicos. Y el cuerpo, una vez más, se expone, se interpone, se enfrenta a una realidad, como la fotografía del hombre frente a los tanques de Tianamen 1989, se antepone a un sistema que lo reprime o coarta.
Pero ahora con la multiplicación exponencial del avance tecnológico, la generación de redes de información y su posibilidad de generar desestabilizaciones o transformaciones sociales, han marcado estos últimos años abriendo un canal de acción que va más allá de los movimientos físicos. Con la digitalización el cuerpo se vuelve imagen, se vuelve avatar. Y es así como lentamente nos acercamos al mundo futurista que nos imaginamos en las películas de ciencia ficción y los efectos especiales como las holografías de Star Wars de Lucas, los enfrentamientos entre humanos y robots, la conexión real a un sistema informático como la Matrix, las división de los pueblos como El último hombre y el juego de las fronteras, historias fragmentadas, pueblos diezmados como Babel o sobrevivientes de un exterminio en busca de refugio, el contrabando de memorias digitalizadas de Días Extraños.
Es así como el arte entrevera entre sus creencias, sus savias internas, los imaginarios que la Cultura nos ha infundido. Para bien o para mal, ya que la tecnología como herramienta en sí, no es el problema, sino su uso; es que la experiencia que tenemos como seres humanos hoy con la tecnología y la información, ha permeado los “antiguos patrones”, generando transformación de los códigos de valoración, tanto laborales, como de oficios, generando nuevas variaciones y configuraciones de lo que se plantea como primeras, segundas o terceras necesidades.
En este contexto de crisis sanitaria mundial se aceleraron procesos de transformación digital, donde se vivió una alfabetización digital forzada, pero crucial para sostener de forma virtual la red de afectos, familiares, laborales, en la distancia social durante el confinamiento. Esta Pandemia nos hizo recluirnos y nos hizo preguntarnos muchas cosas, preguntarnos sobre lo importante, las prioridades, preguntarnos por nuestros deseos, preguntarnos por el cuerpo. Ya no sólo como un vehículo de la mente, sino como la carnalidad del ánima, sino como experiencia, como vivencia grabada en nuestra percepción y sentidos. Y luego a muchos de nosotros nos hizo preguntarnos si como artistas y trabajadores culturales estamos sobreviviendo, viviendo o simplemente estamos marcando el paso en el día a día para volver a lo que conocíamos de nuestro oficio. Pero esta crisis no golpeó sólo al campo de la cultura, pero como es aún un campo relativamente nuevo como institucionalidad cultural, hizo que lo que se estaba formando se diluyera por las necesidades urgentes. Necesidades urgentes como la vida misma.
Cuando uno se dedica al arte o practica algún oficio, que en su etimología significa el saber hacer o el kunst del artificio, sabe que el arte supera todo criterio intelectual sesgado, a todo criterio materialista reduccionista, a todo criterio de inmediatez cronológica. Como decía Vattimo el tiempo del arte es un tiempo de fiesta, un tiempo en que la percepción se dilata, se expande, te hace viajar y atesorar ese viaje sólo porque nos conmovió, nos extrañó o nos hizo sentir algo.
Lamentablemente, la intelectualización de las artes contemporáneas y sus extrañezas en contraste con las culturas índice, pop y urbanas que nacen en el ámbito digital de los YouTuber, los videojuegos, las experiencias deportivas, hizo que los conciertos musicales y el cine fueran los más visitados, pero los museos, las salas de danza, de teatro lograran subsistir con un público más escueto y acotado, donde al igual que toda la estructura cultural, mantenía un ciclo de vida dependiente de los fondos nacionales de cultura y de sus calendarios, donde los teatros funcionaban con un público adepto y donde las redes sociales eran el medio de difusión y comunicación. Antes de la Pandemia (A.P.) se pensaba en tecnología como la difusión misma, en tener teaser, fotos para Instagram y Facebook, en el documental y los registros de obras. Pero después de la Pandemia desplazó esa pregunta al terreno de la creación de la práctica misma de la formación y de la creación coreográfica.
En el campo de la danza y la tecnología, tenemos varios casos de artistas, gestores y curadores de la danza latinoamericana, que han tenido búsquedas y exploraciones interesantes. Claramente, como había sucedido previo a la expansión de internet es que las experimentaciones de los polos de desarrollo de Europa y Estados Unidos influenciaron las creaciones, las estéticas y los imaginarios Latinoamericanos, pasando también por la historia de las performance, los videos experimentales de las Artes Visuales. Luego cuando la red comunicacional empezó a expandirse, ya no sólo la información se democratizó en cierta manera y permitió tener contacto directo con creadores, compañías, festivales que impulsaron nuevas búsquedas en nuestros contextos. Los países con mejores festivales de videodanza, coinciden en ciudades donde hay importantes escuelas de cine y de lenguaje audiovisual, como escuelas de danza, y donde los gestores de esos festivales tienen una visión expandida de la experimentación coreográfica en el lenguaje audiovisual. En el videodanza contamos con festivales de Cuba, Brasil, Argentina, Chile, Ecuador, Uruguay, Colombia, entre muchos otros que han indagado en la relación cine y danza. También contamos con películas que han incorporado la danza en su imaginario, o películas hechas de y por bailarines o las experimentaciones más innovadoras como las películas con tecnología de traje sensibles para incorporar el movimiento. En el video experimental, el videoperformance, programas de televisión y series, tenemos antecedentes en diversos países como es el caso de Brasil, Colombia, México, Chile donde aparece una primera experimentación en Danza en 360 del Centro Experimentación Artística. Ya las artes visuales, la publicidad, han labrado un camino, especialmente en diversas áreas de las industrias culturales en diferentes continentes, que requiere ser revisitado y abierto, porque es un territorio de un público amante de la danza y el cine. virtualidad, se abre un territorio de creación y juego, pero al parecer no logra superar la batalla de la 3D, donde los videos juegos, la realidad virtual y aumentada, ya han traspasado el territorio de lo extravagante y se está volviendo una forma de proyectar en el futuro para nuevas audiencias.
En esta virtualidad, se abre un territorio de creación y juego, pero al parecer no logra superar la batalla entre la simulación, las 3D, 4D, donde los videojuegos, la realidad virtual y aumentada, llegan a simular, aunque no con total verosimilitud las sensaciones o experiencia real. Ya las consolas con controles remotos y sensores de movimiento pudieron subsanar en parte esa inmovilidad y la relación con el cuerpo en desplazamientos y acciones. Para el campo de las artes, abrir un campo de creación que sea colaborativa a otras áreas como la arquitectura, como la robótica o la danza en base la investigación científica como Dance your PHD o danza tu doctorado de la revista científica “Science” y la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia. Explorar y poder descubrir las constelaciones estelares a través de las coreografías de los espacios vacíos entre las estrellas para recrear la astronomía ancestral andina.
Y luego de este soliloquio, que espera ser disparador de imágenes, de sensaciones, de memorias de la Cultura que construimos a diario y que, aunque pareciera esfumarse, permanece, permea, crea las posibilidades de un espectro de creatividad ampliado. Me pregunto ¿qué es el cuerpo hoy en esta pandemia una primera, una segunda o una tercera necesidad?
En este territorio de distanciamiento, donde el convivio de la cultura, se transmite por zoom, por meet, la mayoría asume que la relación debe ser quieta y frontal con la pantalla. El cuerpo por tanto se va quedando quieto, sentado o tendido. La necesidad de sentir el cuerpo, la cercanía, el contacto, sentir experiencias comunes y experiencias vívidas, la manifestación real del cuerpo con toda su energía viva que palpita en la vena del cuello, en esa mirada encendida en los ojos, esa corporalidad animalesca, materia física que nos reta, nos desafía sólo con el hecho de recordamos que estamos vivos y presentes en este mismísimo instante.
Nos vamos con la mente a millones de partes y el cuerpo siente aquí ahora cada una de esas imaginaciones como una experiencia sensible, esperemos que entre la vida digital y la experiencia corporal se llegue a un espacio intermedio como un ejercicio de la sensibilidad siempre cognitiva como señala Katya Mandoki, aunque no siempre voluntaria dentro de una experiencia estética y de análisis hermenéutico.