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Bien pulpo/Sharon Olazaval

Afiche de la película, Cortesía de Caleidoscopio cine

Bien pulpo/Sharon Olazaval

Imagínense lo siguiente: una actriz de teatro que se fue a Argentina a estudiar cine y acaba que de volver a Quito con un título que, no le ha dado más oportunidades en la industria de las que tendría sin él porque prácticamente no conoce a nadie del medio. Y aunque ha escrito a varixs directorxs reconocidxs ofreciendo sus servicios para trabajar en sus producciones, más que sea de la asistente de lx asistentx, no ha conseguido más que un emoji de manito haciendo el signo de rock ‘n’ roll (¿o es de metal?) y varios “vistos” sin respuesta. Esa actriz ahora guionista/directora un día ve un llamado dirigido a estudiantes de cine para hacer pasantías en el preestreno de La piel pulpo, la película de una de las directoras más importantes del país, Ana Cristina Barragán. Sin pensarlo dos veces escribe pidiendo que la consideren aunque ya sean dos años desde que asistió a su última clase. La aceptan. Felicidad. “¡Es mi oportunidad de hacer contactos!” piensa con un tono macabro de cuando los dibujitos animados planean conquistar el mundo, “¡Cada vez estoy más cerca de convertirme en el nuevo referente del cine nacional! ¡JA-JA-JA!”

Se baña, se viste y se peina, pero también se pinta los labios. Está lista para que la conozcan, para que la amen, para que la idolatren. Llega y conoce al resto de pasantes, todxs son chicos y chicas que no llegan a los 20 y que, con su piel todavía rosadita y fresca, esperan con ojos enormes e inocentes. En cambio ella ya pasó los 30 y a su lado se siente como una anciana de voz rasposa, de esas que siempre tienen un cigarrillo prendido en la mano. No importa. Está acostumbrada. Comenzó la universidad a los 25, se sabe mover entre los Gen Z, de hecho, lo disfruta.

Ella se ofrece para apoyar en redes. Hacer fotos, videos, entrevistas. No le molesta hablar con gente (el teatro le regaló ese don); además, así conocería a más personas (“¡JA-JA-JA!”). Sabe que su celular no es el mejor porque es el que su hermana dejó de usar cuando consiguió uno mejor, y como a ella no le importa tener lo último de lo último en tecnología celular, lo recuperó para su uso. Lo informa y le dicen que no hay problema. Y sabe también que la carcaza con la que llegó a sus manos no es digna de una treintañera que quiere dar la imagen de una profesional seria, comprometida y, primero y antes que nada, cool (porque esto en el mundo del cine es muy importante). La suya tiene diseños tribales de colores chillones y una frase que dice Hakuna Matata. No importa, de nuevo, porque sabe que eso no la define (la bendición de estar en los 30s y de no enredarse en detalles poco importantes), hasta le da risa.

Y comienza el evento. Se pasea entre flashes, gente bien vestida y bolsitas de canguil. Hace fotos y pequeños videos, pero también saluda a un par de conocidos del teatro. La Cris Marchán, a quien conoce de cuando estudiaba en el Malayerba, la llena de gentileza y cariño, está tan feliz y orgullosa, es una de las actrices de la película. Charlan un rato y después continúa trabajando. Se divierte. Los invitados también, tanto que se han olvidado de entrar a las salas pues se han endulzado en conversaciones con sus propios encuentros casuales. La persona a cargo del evento, su jefa, le dice que le ayude diciendo a la gente que la proyección está por empezar. Pan comido. Se acuerda de cuando trabajaba en El Pobre Diablo y tenía que hablar extra-amablemente con desconocidos.

Ya en la sala, ella y su otra jefa, la persona encargada de las redes de la película, hacen los últimos vídeos de las presentaciones antes de la función y no puede evitar sentirse reconfortada al ver que son 3 mujeres las que están a cargo del film: Ana Cristina, la directora, Isabela, la productora y Oderay, la productora ejecutiva. Y es que no solo llena de orgullo, sino también de inspiración, en especial para las que están recién empezando eso de hacer cine. Es como cuando unx le hace barra a los equipos Latinoamericanos cuando juegan en el mundial, queremos que ganen porque es como si ellos fueran nosotrxs y nosotrxs fuéramos ellos.

“Creo que no debería estar acá, tal vez me necesitan afuera” le dice a su jefa cuando se están acomodando en las butacas. “Sofía me dijo que tú me ibas apoyar así que tranquila, no hay problema con que te quedes”. Nerviosa, le escribe, por si acaso, a Sofía, la otra jefa, y le dice que está adentro con Belén y que si la necesita para cualquier cosa le avise y sale corriendo. Le responde que todo bien.

Fotogramas de la película, Cortesía de Caleidoscopio cine

Brillan las primeras imágenes de La piel pulpo frente a ella. No espera nada porque nada le ha deslumbrado últimamente, nada le ha hecho sentir mucho y a ella le encanta que una peli le haga sentir mucho, mucho de lo que sea. Han sido buenas, sí, pero no la han hecho volar. Tampoco espera gran cosa porque, con un gran prejuicio hacia la directora y sus protagonistas, piensa que será otra historia más de una niña entrando a la pubertad. Sí, había visto el tráiler, de hecho le despertó mucha curiosidad (porque presenta a unxs adolescentes que viven aisladxs en una isla y que comienzan a tener experiencias en el continente), pero todavía tenía sus dudas.

Arena en el piso, en las uñas, en los párpados, el mar golpeando la costa, la espuma deshaciéndose en el agua, las olas cantando su llegada, ropa ligera, de playa, pero blanca y de colores mudos. La sal del ambiente casi se siente en la piel y en la lengua. Se da cuenta que es un film que no llega únicamente por los ojos y los oídos. ¿Será que también le logra llegar por el pecho?

Ve lo que más le gusta ver en pantalla: comida y gente comiendo. “Y claro”, piensa, “si la peli va por una onda más sensorial, tiene que tener comida y gente masticándola“. Qué deleite fue para ella ver disfrutar a Iris, la protagonista, a su hermano gemelo y a su hermana menor, la leche más blanca y espesita que jamás había visto y las ostras más ruidosas y escurridizas que jamás había escuchado. Amó cada segundo de ese extraño festín.

Le da mucho gusto encontrar recurrencias de la directora que había visto anteriormente en Alba, su ópera prima. Identificarlas es como conocerla de una manera especial porque siente que se adentra en su mundo interior, en ese que reposa en lo más adentro de nuestra piel. Sabe que cuando unx escribe un guion y filma una película pone lugares, objetos, personajes y/o momentos que forman parte de nuestra vida, de nuestro pasado, de nuestros deseos y de nuestros pensamientos. Sabe también que a veces uno o varios de esos elementos se cuelan en todos o en la mayoría de nuestros proyectos y que de alguna manera crean un mapa de quiénes somos. Así como para ella es recurrente el café, bar o restaurant y los personajes que fuman, pudo ver que para Ana Cristina una mariquita caminando por los dedos de un personaje, los programas de animales del buen Animal Planet o Discovery Channel de los 90s, la puerta en unas gradas que bajan a una playa y la música de antaño, esas baladas de Mocedades y Jeanette que son tan épicas, son dignas de ser usadas más de una vez. “Qué lindo”, piensa, “qué lindos son sus mundos”. 

Fotogramas de la película, Cortesía de Caleidoscopio cine

Y también se da cuenta que de Alba a La piel pulpo no solo hay algunas perlitas que se repiten, sino una evolución súper interesante de la autora. Ve que estaba equivocada, no es únicamente una historia sobre una niña transitando su adolescencia, es mucho más que eso, principalmente por la premisa de la vida en la isla y del encuentro con el otro lado. Sí, la pubertad es una de sus líneas argumentales pero parece que no es la principal porque pasan muchas cosas más, tan y más potentes que el crecer, tan y más atractivas de explorar como creadora y como espectadora que el dejar de ser niñx. En ese sentido, le gusta mucho presenciar cómo Ana Cris (a este punto ya se sentía íntima amiga suya) va dejando poco a poco sus primeros intereses (¿tal vez más urgentes?) para explorar otros, un color que se va convirtiendo en otro. Se imagina el cuerpo de trabajo que llegará a tener su nueva amiga y le da muchas ganas de ver lo que hará en el futuro. También se imagina el suyo y se emociona, y se imagina a alguien como ella imaginárselo mientras ve una peli suya y se emociona aún más.

Fotogramas de la película, Cortesía de Caleidoscopio cine

La proyección continúa y ella está totalmente comprometida con lo que ve, escucha y siente. Y es que el estilo de Ana Cris la ha capturado. Es curioso porque es uno de gran sutileza, que se mueve suavemente entre lo tenue (casi no tiene diálogos, ni colores chillones, ni narrativas impulsadas por grandes conflictos), por lo que puede llegar a ser difícil de seguir; pero que mantiene al espectadorx pegado a la pantalla porque genera un contrapunto muy interesante entre esa delicadeza y lo singular del mundo que presenta. Es por esta razón que la escena en la que lxs hermanxs se masturban al mismo tiempo en la misma habitación no la escandalizó en absoluto, primero porque reconoció esa necesidad en su propia adolescencia y, segundo y más importante, porque sabía que estaba enmarcada en un film que trata con dulzura a sus personajes y que por eso no los traicionaría con improbables forzados o registros voyeristas. “Dulzura” piensa, “su estilo resumido en una palabra: dulzura. Qué bonito.”

Hasta que llega una de las dos escenas de la película que más recordará: cuando Iris está en la habitación de una chica que acaba de conocer en la ciudad y le dice que a ella le gusta Jeanette, artista que escuchaba con su familia en la isla. “Aaaaay, ¡qué cosa intensa!” Mientras se retuerce en la butaca elogia a gritos a Ana Cris por una escena tan potente. Claro que la tristísima música de Jeanette iba a reforzar la tensión dramática del momento, pero es la maestría de haberla contrastado con la felicidad de la protagonista lo que ella aplaude. Así, mientras Jeanette canta “el muchacho de los ojos tristes, vive solo y necesita amor”, Iris baila, juega y ríe a carcajadas con su nueva amiga y mientras la nostalgia de lo que dejó en la arena se cuela por los versos de la canción, la alegría de la libertad que le ofrece el cemento aparece en sus ojos brillantes. Recordará esta escena porque para ella el uso de la música en el cine todavía es materia de investigación. Tanto les repitieron en la facultad que desechen el uso efectista de la música que no quiere usarla sin una intención narrativa y/o dramática clara, quiere que sea parte de una construcción que combine de forma ingeniosa ese y los demás elementos del relato cinematográfico, así como Ana Cris hizo en La piel pulpo.

Por cierto, hay que agradecerle enormemente por haber traído a Jeanette de vuelta a nuestras vidas. Ella no lo sabe todavía pero en los días posteriores al preestreno se pasará escuchando y cantando a todo pulmón sus grandes éxitos cuando limpia la casa, cuando escribe sobre una noche en su vida y cuando sube a Quito desde Puembo en el auto de su amiga, quien también vio la película y tampoco puede sacarse a la cantante de la cabeza.

Mientras avanza el relato, ella no puede encontrar un posible final, no tiene idea a dónde la están llevando. Tan desconcertada está que un par de veces piensa que ya es el final, pero no. Hasta que llega y es espectacular. “¡¿Quéeeeeeee?!” Casi no lo puede creer, es que nunca se hubiera imaginado (alerta de spoiler) ver a una ballena varada en la playa. Está casi segura que tomó a todxs por sorpresa. Y se angustia. Ve a lxs hermanxs tratando de salvarla y se escucha deseando que lo logren, casi rezando que por favor lo logren, aun sabiendo que no sería posible, desesperadamente deseando que sí, terriblemente sabiendo que no. La piel se le engallina (¿tal vez se le empulpa?) y descubre la potencia de los animales en pantalla. “Qué gran elemento para incluir en el relato” piensa, “un conductor de la emoción tan poderoso como la música”. ¿Y cómo no? ¿A quién no le conmueve un animal en apuros? “¡Qué interesante!” Lo anota y se lo guarda para seguir analizándolo en el futuro, para ver si lo incluye en su catálogo de colores para pintar una película. Al final no la pueden rescatar y la frustración que sienten de no haber podido se matiza con la que siente el gemelo de Iris con ella por haberse ido. Ambxs se enredan en un reclamo que no escatima en golpes ni lágrimas y que termina el film en una nota alta, en un clímax que deja al espectador con el corazón en la boca.

Mientras corren los créditos se queda en su butaca recuperándose de lo que acaba de ver, volviendo al mundo al que pertenece. Se levanta y se dirige a la puerta pero queda atrapada en el embotellamiento de gente que también quiere salir. No habla con nadie porque su cabeza maquina a todo vapor: “¡Qué bien él, qué actuación más redondita! Aunque parece más el gemelo de la otra hermana ¿Será que hay algún mensaje oculto ahí? Ah, no, los lunares que comparten con Iris. Mmmm, tal vez debieron conseguir actores con un physique du rôle más parecido. O tal vez la genética sí funciona así. ¡Y la otra hermana! ¿Qué onda ellaaaa? Me hubiera gustado saber más, verla más. Es más interesante su experiencia que la de Iris, o sea, ya vimos muchas historias sobre hijxs poco amadxs por sus madres, qué interesante sería ver la experiencia de unx sobre amadx por la suya. Igual, pe-li-cu-lón. Va junto con Ratas, ratones, rateros y Entre Marx y una mujer desnuda, a mi top 3 de mejores películas ecuatorianas, bella bella.”

El resto de su velada es un collage divertido de fotos, videos, entrevistas, vino, risas, pequeñas conversaciones, de desmontar banners, enrollar la alfombra roja, empacar afiches y asistir a la fiesta de la película. Cuando llega tiene muchas ganas de bailar pero no tiene con quién porque no conoce a nadie allí, excepto a una persona. Se acerca a la Cris Marchán, que está en la pista de baile, y le pregunta si se le puede unir. Ella, siempre muy muy amable, le dice que por supuesto y le invita un sorbo de su bebida. Y así termina su noche, bailando reggaetón hasta el piso con la Cris Marchán, el Juan Martín Cueva y sus amigxs.

      El Azart, la flor de la locura /Diana Zavala 

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Icaro, la insoportable necesidad de llegar al sol.  “Romper la cadena de violencia es revolucionario”/Gustavo Moya

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