EL CONDE JÁCKULA, HUMANISTA ALEGÓRICO / Santiago Ribadeneira Aguirre
¿Existe, escondida, una expresa condición humana, que resurge de vez en cuando en la figura del legendario Conde Drácula? En la ficción extraordinaria hay grandes creadores que ocupan un lugar en la historia. Es el elemento nietzscheano del pensamiento occidental para entender el desbarajuste de la humanidad. Incluso, en el mismo campo de la exquisitez creativa, es posible pensar en las posibles ‘simpatías políticas’ del Conde Drácula, que deviene en el personaje clásico que ocupa un espacio de influencia casi tan masivo como el psicoanálisis o el marxismo.
Drácula funda y refunda el deseo para su provecho y beneficio. Es decir, organiza e instaura el deseo subjetivo indeterminado, neutro. Drácula, (en el cuento epistolar de Bram Stoker) es ese ser inmortal de título nobiliario y aristocrático, que deviene en freudiano cuando, además, deja de preguntarse sobre la verdadera sustancia de los objetos para que éstos sean deseables a los ojos de los seres humanos. Digamos que parte de estos principios están ‘dramáticamente’ esbozados en la obra del actor y dramaturgo Daniel Machado El conde Jáckula, quien cientos de años después, vuelve a descubrir lo que Deleuze definió como ‘la deseabilidad de los objetos’.
Jáckula toca el piano y canta. Se enternece y suspira por su amada. Danza y vuela en una bicicleta. Es como una ‘energía libidinal’ que se desborda, se erotiza y crea luz. ¿Qué hay en el amor? Es la pregunta capital del joven y eterno Jáckula cuando constata que lo más importante es deshacerse de los viejos códigos humanos, sociales y parroquianos, para alcanzar desconocidos flujos de ignorados deseos ligados a la necesidad de humanizarse, renunciando a la mitad de la eternidad.
Ese amor deseante es un imperativo que le llegará al Noble Jáckula después de beber una pócima secreta, a cierta hora del día, que le despojará de manera definitiva de su naturaleza draculeana y de la herencia de su abuelo el famoso bebedor de sangre, nacido en la victoriosa Transilvania, desde donde se trasladó hasta el Ecuador por una decisión fortuita. En esa voluntad de renuncia El Conde Jáckula criollo, sustenta el principio de humanización y por lo tanto, define que el amor deja de ser un hecho fortuito para convertirse en un valor universal único, ansiado.
La filosofía que el personaje concibe es que la carencia del deseo deseante puede (y debe) producir el amor inmortal. Es el carácter productivo del deseo que humaniza al ser humano: en los momentos importantes del espectáculo, Jáckula pregunta a los espectadores sobre sus actividades anteriores y mundanas. Las respuestas inmediatas van de la materialidad del deseo (soy esto o soy lo otro) hasta el hecho de tomar conciencia de las formas de explotación. Matiz sugerente e ideológicamente oportuno.
Y, de paso, Jáckula señala las distorsiones de una sociedad determinada por los códigos del espectáculo y del consumo: las elecciones, la política, la economía, los cortes de luz. Las formas de conciencia, explica a su modo el Conde, han sido constituidas por la ilusión o una falsa conciencia, en relación con las condiciones materiales de la existencia. Estar en el espacio del teatro (el de la ficción) es una manera de recuperar la inocencia para regresar a la historia propia, como lo hará el Conde Jáckula después de humanizarse en el amor, para casarse con su novia humana, que es lo verdaderamente intercambiable e incodificable.
FICHA TÉCNICA
Obra: El Conde Jáckula
El Conde Jákula: Daniel Machado
Dramaturgia y dirección: Daniel Machado
Lugar: Teatro Toledo / Temporada Noviembre 2024